Por Helen Fares de Libbos.
Soy una libanesa de 80 años que llegó a este hermoso país hace 50, donde me acabé de criar y de criar a mis hijos. Colombia prácticamente me vio nacer. Este es un país que me acogió y me ha dado muchas oportunidades, por lo que siento que tengo una deuda muy grande con esta tierra. Sé bastante sobre ella, principalmente de la región de Boyacá y sus alrededores; amo a Chiquinquirá y sus poblaciones vecinas, al igual que a nuestros campesinos. De aquí tengo muy buenos recuerdos, experiencias, vivencias y anécdotas, razón por la cual no me canso de repetir que “yo no vivo en Colombia, Colombia vive en mí”.
Tengo el privilegio de vivir en este paraíso que nos ha dado Dios, un edén, bueno en todo sentido, con gente espectacular; bella, amable, recursiva, con dialectos y dichos maravillosos, por lo que digo: “yo, una mujer inmigrante, tuve el secreto de mi éxito en la vida, rodeándome de personas mejores que yo”, las cuales aquí encontré. Ahora, qué decir de la gastronomía, la biodiversidad y sus paisajes. Colombia es una maravilla que hay que aprovechar, pero aunque no nací aquí, siento un dolor muy grande por mi Colombia, me duele por la situación que está atravesando, tanto que no he podido dormir pensando en todo esto, es muy triste ver tantas necesidades y el sufrimiento de mi gente.
Siempre me he preocupado por hacer el bien, y de corazón. Si ese gesto lo aplicamos todos, sería la forma de poner un granito de arena y las cosas podrían ser diferentes. Cambiemos, unámonos y así lo podemos lograr, como dicen en mi país natal, “una sola mano no aplaude”, pero ante todo tengamos fe, porque estamos en manos de Dios. Oremos, pero recordemos que “la oración sin caridad, no es oración”.
Su amor dedicado y virtud de servicio es un bálsamo para el mundo…