Texto leído en la misa funeral de don Alberto Vega Cano

Por Fernando Calderón España.

Un ser humano de buenas costumbres es quien ata, a sí mismo, los conceptos éticos y morales, como la decencia, el decoro, la dignidad y el pudor.

Por eso, cuando un ser humano de buenas costumbres muere debería ser difícil llorar.
Cuando un ser humano bueno se va debería ser más fácil que el corazón y el cuerpo se agiten de felicidad.
Es que el ser humano de buenas costumbres no deja tristeza, amargura, ni soledad.

El ser humano de buenas costumbres hace más ancha la bondad y es más corpulento su modo de vida ejemplar: esa vida que construye un camino flanqueado por la paternidad irrenunciable, la fraternidad irremplazable, la responsabilidad con la prole auspiciada por el amor, no por la obligación, y animada por el criterio Aristotélico del hombre social.

Alberto Vega Cano era un ser humano de buenas costumbres.
Desde pequeño pareció prometer y perfilar que iba a ser bueno. Y es que uno tiene que ser de buenas costumbres para echarse al hombro desde temprano su propia vida. Y la de muchos más.

La escasez del entorno lo lanzó a la lucha anticipada en búsqueda de las exigencias del mundo.
Muy joven emprendió la carrera de los sobresalientes: de mensajero ascendió a ayudante de oficina; de allí fue escalando hasta llegar a gerente y distribuidor comercial, a gran escala.

Después de esa escuela de vida y con el dinero de una liquidación compró la Cigarrería Real, constituida hoy en una distribuidora y comercializadora, incorporada a la iconografía regional de la calidad excelsa.

Don Alberto Vega Cano tuvo tiempo para todo. Consintió a su herencia humana hasta convertirse en un patriarca para todos, incluso, para quienes nos unimos a él a través de la descendencia. Viajó y el destino lo llevó hasta las tierras gaélicas.

Fue emocionado visitante de países con otro idioma y de tierras bucólicas más cercanas por su cultura y lenguaje.

Lector consumado de los medios de opinión e información escritos, y seguidor de los hablados y visuales forjó criterios sobre el rumbo de la nación.

Se cruzó en el camino con presidentes y líderes de impacto nacional.

Don Alberto fue un fanatico de ese otro don divino: el altruismo. Por eso no esquivó el gregarismo. Los rotarios lo saben.

Buen deportista, caminó kilómetros en su ciudad de siempre cuando el ejercicio se tomó a la aldea global.
Pero sobre todo – y lo más relevante de su personalidad-se formó como ciudadano decente, honorable, cumplidor de sus deberes, defensor de la ley y de su esencia promotora del bien común.

Creyente fervoroso don Alberto tuvo serenidad para no dejar que la parca hiciera su espectáculo aterrador. La enfrentó expresando su deseo de vivir, hablando con sus hijos y nietos.

Don Alberto: su recuerdo lleno de virtudes nos disipa la tristeza de su tránsito a la eternidad.
El resumen de su vida, en donde no hay grises ni oscuros, nos hace difícil llorar.
Aunque siempre será imposible acostumbrarse a que ya no estará.
Los seres humanos de buenas costumbres, como don Alberto Vega Cano no se van…viven para siempre.

2 comentarios en “Texto leído en la misa funeral de don Alberto Vega Cano”

  1. Lo recuerdo con cariño
    Vecino en el Aranjuez de NEIVA. Amigo de mi padre también
    Abrazos a sus bellas hijas
    Gran empresario y patrón excelente

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