Por Jorge Enrique Santacruz
No, no, no puede ser. Que no.
¿Por qué vienen a mí?
De pronto, llegaron a mi mente recuerdos de una época que — aunque un poco lejana— la acabábamos de celebrar de nuevo. Y hablo de la Semana Santa.
Y…
«Un frío como de muerte,
se apoderó de mi cuerpo,
se me nublaron los ojos,
alma y corazón adentro.
Yo sentí que me moría,
pues me llegaba hasta el hueso
aquel terrible dolor,
aquel terrible tormento»… (El último adiós- Daniel Santos)
Todo lo anterior motivado cuando pensé en la «colada de Maizena», que nos servían los días de ayuno. Y eso no era ayuno, era muerte lenta. Dios mío, por Dios, no puede ser, «colada de Maizena», que aunque le echaran canela, clavos de olor, etc., etc., seguía siendo «colada de Maizena». Ah… ¿y con que la servían? O sea el acompañante… con galletas de soda que eran más peligrosas que andar de copiloto en un vehículo a las 4 am. Y eso que la mantequilla, sí era mantequilla, mantequilla, de la de vaca. No lo que se consume masivamente ahora, a lo que solo le falta una molécula para ser plástico. Claro que algunas veces se reemplazaba por aguapanela con leche, un poquito más pasable (con perdón de quienes les gusta, que son muchos). Pero «colada de Maizena» no, por favor.
Y se me pasa un poco un frío, cuando me atropella otro recuerdo… pero no tan intenso: el bacalao. Como si no tuviéramos viva la tortura de tomar la Emulsión de Scott, verdadero bebedizo para probar la resistencia humana. Y como no se podía contradecir a los padres, mucho menos rechazarla, pues a tomársela. «Tómesela que es para su bien». A ese bacalao sí que había que aplicarle la resiliencia. ¿Y qué me dicen del pescado seco? Mejor no hablemos de eso, porque me vuelve el frío y se corre el riesgo de que sea más intenso.
Y hay personas, que con solo nombrarlas, les corre ya no un frío sino un escalofrío: «sardinas en salsa de tomate». «Cómaselas que es lo único que hay, además estamos en Semana Santa y hay que ayunar», como si ayunar fuera recibir castigo. «Te las comes o te las unto». Sentenciado.
A veces me pongo a pensar que el refrán «más largo que una semana sin carne», lo tienen que haber inventado en Semana Santa. Que si no, se le puede poner como ejemplo. Claro que para ella existe: «El sermón de las siete palabras», que en estos casos —por lo que se vivió—, se pueden aplicar algunas de sus palabras:
«Padre, perdónalos, porque no sabían lo que hacían».
«¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me habéis abandonado?», y…
«Todo está cumplido».
Excelente. Me ha gustado. Mucho, mucho humor. Saludos.