
Por Jorge Enrique Santacruz
Las vueltas que da el sustantivo revólver, son muy diferentes a las del verbo revolver, empezando por la tilde. El primero da miedo y el otro produce alegrías.
Una de ellas se la debemos a Dorotea Sánchez, que no en vano su nombre significa; “Don de Dios”, que a sus hijos como lógica consecuencia, los llamo Pedro y Pablo en honor a los santos.
Resulta que al no tener nada para regalarles, dado que habían nacido un 29 de junio. En las fiestas de los “ahijados”, invocó a los santos Pedro y Pablo para encontrar una solución.
De la nada apareció una mujer vestida con manto dorado y le enseñó el “revolver” (el bueno); azúcar con agua y crear el alfeñique.
Revolver tiene su misterio y su tiempo; son 40 minutos haciéndolo, cinco menos que un tiempo en un partido de fútbol de cualquier “recocha” que no son gran cosa, al contrario, si es de la “Divina,” cinco minutos son una eternidad ya sea por el sufrimiento o la alegría que produce verlos jugar.
Como en los partidos de fútbol siempre hay un resultado, en el de clavar los alfeñiques de diversas formas, desde piñas hasta granadas en un tronco de maguey para luego adornarlos con ringletes hechos de cartulina y, coloridas cintas de papel, dan como resultado: las “macetas”.
Santos y más santos y falta San Antonio, porque la de los dones vivía en el barrio San Antonio, precioso barrio tradicional cuna de las macetas y de otras caleñisimas tradiciones, como la de colocar una estampa del santo puesto de cabeza detrás de la puerta de entrada, en las casas donde habitaban señoritas casaderas para ayudarles a conseguir marido. Me imagino cómo sería; cada casa con su estampa y a veces más de una ¡Ay San Antonio!
Y como no hay segunda sin primera, a la Dorotea le salió doña Sixta y don José María como los personajes creadores de las macetas, tradición que hoy está en manos de sus hijas Celmira y Mariela, “las Otero” encargadas de mantenerla viva y contribuir para que el ministerio de cultura las declarara “Patrimonio”.
Esta caleñísima tradición permite que las calles de la ciudad se llenen de colores y alegría, como debe de ser en el inicio del verano, cada 29 de junio.