CUANDO VOLAR ERA TODAVÍA POÉTICO: HOY NOS QUEDA AÚN EL DC-3 COMO UN ROMANTICO EMBLEMA DE LA COMUNIÓN ENTRE EL HOMBRE Y EL CIELO

Por Rafael Chavarro Medina.

En realidad, este puede haber sido uno de los últimos aviones reales, en el sentido de los que permitían ciertamente que se les operase como aviones y en que también permitían ser piloteados con los simples y hábiles recursos de un hombre emocionado en su cabina.

Un noble aparato de estos acataba las órdenes manuales de su aviador con docilidad y eficiencia. Mediante los pedales, sencillos y poderosos, los pies de un piloto al mando se hacían sentir en forma suave pero contundente e inmediata. Con esta nave se iba a dónde se deseaba, con los solos ademanes de los ojos prestos, las muñecas adiestradas y los pies manipulando alerones con destreza.

La sola decisión de su piloto hacía que estos aviones se atrevieran y rompieran los dictámenes precisos de la física pura y que con esa complicidad que hoy se ha perdido, piloto y máquina impusieran sus directrices a la incipiente ingeniería aeronáutica de entonces y a los límites azarosos de esas disciplinas, haciendo de la gravedad ya no una condición sino un milagro. 

Volaban en exacto contubernio de hombre y máquina, tan solo mecidos por el viento, persiguiendo la nube referencia o acatando ese itinerario surgido de la experiencia, el olfato climático de su piloto y el apremio de una pasajera que solicitaba ser desembarcada -con el cerdito y las vituallas- en el potrero anexo a su casita en la llanura colombiana.

Voló siempre y aún lo hace, con la decidida elegancia de una nave aérea estable, cómoda, segura y bella. Los programas de vuelo insertados en un diskette, los itinerarios precisos, inmutables y con los galones contados, mataron lo romántico, lo riesgoso y lo imprevisto de los vuelos en estos maravillosos mecanos voladores.

Y los pilotos dejaron de serlo. Ahora son ingenieros cabalgando soñolientos y tediosos una oficina voladora en que le hacen interventoría permanente a los equipos computarizados de a bordo, sin el menor chance de programarse un sobrevuelo por sobre el rancho acogedor de esa novia terrenal y pragmática, única causa capaz de romper el hechizo del sol resbalando sobre las alas encabritadas.

El vuelo hermoso del piloto y su avión, era una aventura inimaginable. Ahora, ha dejado de serlo.

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