Por Jorge Enrique Santacruz
«¿Ya te pusieron la cruz?», como si eso no se notara… Bueno, era o es un buen pretexto para iniciar una conversación. Tan bueno sería, que servía para comparar el estilo o la calidad de la señal de la cruz. En este momento, hay que aclarar que no es la segunda persona del singular del pretérito perfecto simple de indicativo de poner o de ponerse, sino la señal… la de la cruz, a esa me refiero.
Pero no nos perdamos en lo que sucedía al empezar la conmemoración de los 40 días de Jesús en el desierto, los 40 días que duró el diluvio, los 40 años que duró la marcha del pueblo israelita por el desierto y los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto. Concentrémonos en el inicio de lo que se llama la Semana Santa. Empieza en domingo, el día que según la Biblia se reunían los apóstoles para la partición del pan. Pero era bien distinta la de años pasados a la de hoy. Comparemos las unas a las otras. Y me refiero solo a Cali.
Empecemos por decir que la Semana Santa se llama así por el tiempo trascurrido desde la entrada de Jesús a Jerusalén hasta la resurrección del mismo, pasando por la Última Cena y el viacrucis todo en una semana.
Para la procesión del Domingo de Ramos, en la fabricación de estos se usaban hojas de palma de cera, que hoy por medidas ambientales está prohibido utilizarla. Ahora se utilizan —entre otras cosas— las cáscaras de armero, más conocidas como hojas de mazorca, y como se decía antes, «a falta de… buenas son»: palmas de areca o palmas de rubelina.
El lunes, ya se sentía por doquier el espíritu de una semana llamada de Pasión por el fervor en que voluntariamente Jesús fue a la cruz y reveló su pasión por sus seguidores. Que, aunque ya se había iniciado el día anterior, el espíritu religioso ya se sentía. Y vaya si se sentía. Ahora es el día propicio para salir de paseo o hacer desplazamientos a otras regiones con el fin de divertirse o visitar familiares. Antes era el inicio de los retiros espirituales, ahora son retiros a fincas, resorts, hoteles y todo tipo de lugares de esparcimiento, y de Pasión de Cristo ni asomo. Bueno es aclarar que no lo son todos, pero el espíritu no es el mismo.
Ya era martes y el espíritu crecía cada día más, el recogimiento en familia aprontándose a lo que se venía era notorio. Se empezaban a adornar las calles con arcos y festones. A preparar los altares que se colocaban enfrente de las casas escogidas con anterioridad, por donde pasarían las procesiones. Momentos propicios para la unión de los vecinos en sobresalir como tales en una franca competencia contra las otras calles del recorrido de la procesión.
Miércoles y el frenesí religioso aumentaba y los preparativos ídem.
Jueves y adiós música, adiós a todo lo que no sonora a Semana de Pasión. Y empieza la vigilia. Aquí hay que aclarar que una cosa es la vigilia (víspera de una festividad religiosa) y otra el ayuno y la abstinencia. Empezaban las visitas a las distintas iglesias engalanadas para la ocasión y a ver los monumentos. Todos los fieles bien “titinos” Los hombres de saco y corbata y las mujeres con pañoletas en señal de respeto. Hoy, los afanes de última hora para poder salir o si no se puede: hay que inventar algo, porque esto así no se puede. Nada de aburrimiento. Que la vida es corta.
Y el viernes ya era de ayuno y abstinencia, que se utilizaba para elevar al creyente más allá de la vida normal del deseo hasta un ideal elegido, siguiendo una trayectoria de renuncia. Hoy, a seguir lo que se empezó el jueves, porque «gracias a Dios, hoy es viernes».
Los sábados y domingos religiosos eran de reflexión y propósitos, no en vano estaban la celebración de la Misa de Luz y la Procesión del Resucitado. Hoy, claro que también hay reflexión de lo bueno que la pasamos y propósitos de volver para el próximo año. «Qué pesar que se acabaron las fiestas. Lo bueno que la pasamos».