
Por Jorge Enrique Santacruz
Como he narrado anteriormente; Miguel Muñoz había estado siguiendo las órdenes del jefe de escuadra y venía embalado “solo, solito, solo” rumbo al Dorado. Pero aquel tenía otros encargos que debía cumplir que para la época, eran de los que ocupaban el podio: a punta de espada fundar ciudades indispensables para refrendar la conquista de tierras para el Rey y salvar almas para la iglesia.
Y esto por supuesto lo obligó a detenerse, y al acecho destruyendo todo lo que veía a su paso buscando fundar una ciudad.
En este caso, de las ciudades que hoy conocemos en el Valle del Cauca, fue indispensable fundar una ciudad, un lugar que sirviera de base para llegar al mar, y como Muñoz era un coequipero obediente, así lo hizo, pero se equivocó. Porque cuando llegó el jefe de la escuadra o sea el viejo Sebas, como que no le gustó la cosa, y le dijo; – allí no es, es aquí. Y fue ahí, en un pequeño altozano que un día, el 25 de julio de 1536 se fundó la muy ilustre Santiago de Cali.
También había dicho que el Sebas, era un poco díscolo y andaba con su combo de estrellas haciendo fiestas en cada pueblo que fundaba. Todo un espectáculo, al estilo de Jorge Barón, si, el del “agüita para mi gente”. Al parecer el gusto de los caleños por las fiestas viene desde los tiempos del viejo.
Ya estaba completa la fórmula; podio y rumba.
Aquel día de la fundación, una misa fue oficiada por el fraile Juan de Ocaña, se nombró a Don Pedro de Ayala, el alcalde y se instaló un cuartel militar para asegurar la paz. Completó el podio: “Cruz, Rey y Armas”.
Y… al ver el viejo Sebas en aquella tierra todo lo que le rodeaba; el cielo azul celeste, la tierra fértil, el paisaje de todos los verdes silvestres, los ríos que danzaban hacía el cielo, además del mar que estaba tan cerca, pensó que era como estar en el cielo y eso que no lo conocía. Ni lo conoció. Como creo que tampoco lo hubiera apreciado, porque era toda una “belleza”. Y eso me hace dudar de nuevo… ¿Héroe o villano?
¿O sea que eso de la Sucursal del Cielo tiene sus años? Hipotéticamente sí, porque lo que él veía era como estar en el cielo; sin principio ni fin, y eso que todavía no estaba “la Divina Divisa”, porque donde hubiese estado… ¡es capaz de que no se va! Ahí la dicha si hubiera estado completa para él. Menos mal, porque hubiéramos tenido que bajar a uno del podio y eso… eso no se podía. Tarea bien difícil en esa época.
Y desde ese momento abrió sus puertas la sucursal del cielo.