Una selfi con Carlos Negret

Por Remberto Burgos de la Espriella

La enfermedad huérfana es aquella que amenaza la vida y que tiene una ocurrencia tan escasa por lo raro y extraño. Su prevalencia se estima en 1/5000 personas y en su mayor parte son de origen congénito. Se nos olvida que existen y por eso quizá no aprendemos a reconocerlas. Se siente aislados quienes la padecen y muchas veces olvidados. En muchas políticas de salud pública aparecen no incluidas. Quienes la sufren tienen un temple especial que les permite incorporarse a la sociedad que a veces les ha atrancado la puerta.

Hoy despedimos a Carlos Negret como Defensor del Pueblo en los últimos 4 años. Pertenece a esos empleados públicos que llamo “Funcionarios Huérfanos” por lo original y curiosa que fue su gestión. Transparente, genuina, comprometida y de una pureza inmaculada todos sus actos. En este país no están de moda. Son esos funcionarios que al entregar el cargo regresan al apartamento que tenían cuando se posesionaron y se movilizan en el mismo carro, pero con llantas más viejas.

La Defensoría del Pueblo maneja un presupuesto anual de 600 mil millones de pesos. Jamás un comentario en el uso inapropiado de esos recursos, nunca una desviación que se alejara de los propósitos misionales. La meritocracia y el concurso para la vinculación de los nuevos funcionarios. Rectitud en la ejecución de los dineros públicos.

Recuerdo esa tarde de agosto del 2016 cuando fue escogido. Venía de unas dolencias previas y combinado con la tensión del proceso de la elección presentó un episodio sincopal con perdida transitoria de la conciencia. Encendido por la fiebre y el compromiso del nuevo cargo le había expuesto a los Representantes la agenda de su visión. Esa noche hablamos en cuidados intensivos. Le dije al amigo que debía cuidarse, pero de antemano sabía que el nuevo defensor no prestaría atención a estas recomendaciones.

Negret le dio visibilidad a la Defensoría y alma a los Derechos Humanos. Expuso su vida y a Dios gracias su sistema inmunológico, que había librado recién batalla, lo protegió. Recorrió la Colombia olvidada. Moto, cicla, mula o canoa daba igual. Su estilo: más que informes la viva voz. Era llegar y estrechar la mano a quienes hemos abandonado y entregarles el sello de la ciudadanía. La registraduría moral.

Practicante y devoto ejemplar de la austeridad que deben tener los funcionarios públicos. Hospedaje, fonda o posada daba igual. Dormir invitado por nuestros indígenas en la Sierra Nevada de Santa Marta, saludar a los emberas y compartir con las etnias de Nariño, su alojamiento de cinco estrellas. Proteger el ecosistema y defender los líderes sociales. Sentarse encima de las piedras, cruzar debajo de los alambres de púas y las botas pantaneras llenas de barro, fueron símbolos del decoro de este ejemplar funcionario público.

Carlos Negret fue un pedagogo social. ¡Le enseñó al país que son los derechos humanos, sin retorica! Su labor trascendió fronteras -como los fundamentales inherentes- que no tienen territorialidad. Fue electo presidente de la Alianza Global de las Instituciones Internacionales de Derechos Humanos con un discurso simple: la no tolerancia a la indolencia.

Fue nuestro gran aliado en salud. Primero, el ejemplo de aislamiento cuando empezaba la pandemia. El desvelo por los elementos de protección personal y la voz preventiva rechazando las amenazas contra el personal sanitario. Segundo, esa legitima preocupación para que se cumpliera con las obligaciones salariales acumuladas y el respeto por las misiones médicas. Coherente todo el tiempo en su gestión.

He expresado que no existe homenaje más grande cuando al entregar un cargo público el funcionario puede regresar a casa mirando de frente y acompañado por su familia. Y en ese andar tropieza con un espontáneo que le solicita una selfi. Que orgulloso me sentiría que Carlos Negret se tomara este retrato conmigo. Quiero esa foto para guardarla como muestra de gratitud infinita y colocarla en ese álbum donde están mis convicciones morales. Negret me ha recordado que hay esperanza en esta patria. Como los pacientes de las enfermedades huérfanas, quienes día a día luchan contra la adversidad e infortunio, hay todavía funcionarios íntegros y decentes. Hay que reconocerlos, seguirlos y colocarlos de ejemplo. Son estos seres humanos admirables y valientes que combaten la indiferencia y no aceptan insólitas inequidades. Sin mezquinos intereses políticos o sus conflictos enaltezco a estos colombianos que practican lo que significa el credo de la honestidad.

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