(De la obra “Si tú no perdonas, el pasado perdona”. Edición 1 noviembre de 2020)
Por Helen Fares de Libbos
El día que cumplí 69 años se reflejó en mi mente todo lo que había tenido significado en los años anteriores. Mi recuerdo no era más que un espejo en el cual sólo veía mi rostro y una cara envejecida, surcada de arrugas, pero con la esperanza de cumplir mis sueños.
Cierro mis ojos porque temo mirar el espejo que refleja mudas tristezas y melancolías que han afligido mi corazón durante mi vida. Amé todo lo que el mundo desprecio y des precié todo lo que el mundo ama; todo lo que amé cuando era niña todavía lo amo y lo seguiré amando hasta el fin de mis días. ¡Gracias a mi Dios!
Solo él sabe todo lo que he amado en mi vida y que el único tesoro que poseo y que nadie me puede arrebatar es el amor.
En mi desesperación muchas veces amé la muerte y le canté dulces canciones, amando amargos versos sin olvidar que la vida y la muerte se identificaron en mi alma en el amor y en deseo, cuando asociaron con mis afectos amé la libertad.
He amado los esclavos de la ignorancia por amor libertad y porque eran ciegas las fibras de mi corazón. Amo la libertad más que todas cosas.
Amo la paz, y los amigos que he amado dividen en tres clases: los que maldicen la vida, aquellos que la bendicen y el resto por conciencia. A los primeros los amé por desventura, los segundos por su tolerancia y a los últimos su sabiduría.
En mi corazón y en mi mente, no exagero si digo que la mayoría de escritores tienen su vida presa en sus libros, en sus obras completas. Mis libros no encarcelan mi vida, vuelan libres en memoria de gente.