Réplica a un libelo acre

Por Fernando José Calderón España.

Las ferias de libros no son constructoras de cultura.

Tal vez de cultura comercial.

Son una enorme plaza de mercado, en donde hay vendedores y compradores. La misma definición de feria arranca con la palabra “mercado”.

Los vendedores están integrados por las casas editoriales y distribuidoras que explotan a los escritores y les participan de las ventas de sus libros con un porcentaje que no compensa el trabajo que, por ejemplo, demanda una novela.

Los escritores “mejor vendidos” (denominación que parece salida de la trata de blancas) alcanzan entre un 7% y 12% de retribución.

El negocio tiene como componentes al autor, al editor y al distribuidor o comercializador. Al autor le corresponde un 10%, promedio. Al editor un 30% y al distribuidor un 60%. Si el autor tiene un agente literario, a este hay que pagarle de ese 10% que le corresponde al creador. Esto ocurre en todos los países.

En Amazon, que funciona como editor y distribuidor, al autor le corresponde, si acaso, 1 dólar.
Que los negociantes de libros (o de cultura) son necesarios, me dirán los millones de emprendedores que hay en Colombia… claro que sí.

En una economía de mercado la meta suprema es la ganancia, y ella le pertenece al dueño del negocio. Maximizar la ganancia a menor costo es un principio de racionalidad económica.

Las empresas colocan una inversión para entrar en el mercado, que no existiría si no hay libros. Pero, también, no habría libros si no hay quienes los escriban en procesos ingeniosos e inteligentes. Y, por supuesto, que como las ferias son un negocio, la fuerza y el conocimiento comercial de las empresas, será vital para que el mercado de los libros se mueva en la oferta y la demanda.

Eso no significa que las empresas editoriales construyan cultura. O más bien, hacen una cultura comercial en torno del libro que no es la cultura que vivimos, conocemos, estudiamos y disfrutamos.

La definición de cultura de Ralph Linton que recibí en clases de antropología con la profesora Isolina de Mazullo, más conocida como Beba, (R.I.P.), en el Externado (Rodrigo Silva Vargas era mi compañero) dista mucho de lo que aseguran esmerados comentaristas y, en este caso, de la creencia que combina industria y comercio con productos culturales y los confunden en un solo concepto, con apariencia cultural.

“La cultura de cualquier sociedad es la suma total de las ideas, las reacciones emotivas condicionadas y las pautas de conducta habitual que los miembros de esa sociedad han adquirido por instrucción o imitación y que comparten en mayor o menor grado”, decía Linton, 1893-1953.

El concepto de cultura es bien variado y va desde lo que pensaban los griegos como Herodoto, Sócrates y otros que lo arroparon de filosofía; en el medioevo de teología hasta las nociones que la definen como la capacidad del hombre para transformar el entorno social.

La pretensión de inducir a los lectores a creer que las ferias de libros son creadoras de cultura y, como tal, acontecimientos en los que se debe estar, o de lo contrario, el escritor quedaría por fuera de la generosa cualificación de los clientes (no necesariamente, lectores) que atiborran las callejuelas de los centros de exposición, a veces, sin rumbo, es confundir la intención del negocio con la intención literaria, y subyugar esta última, en todo el sentido, a la primera. ¿Una demostración más de la dominación comercial sobre lo cultural? O, es una manera de claudicar ante el imperio del consumismo.

Que son centros de convergencia del mundo editorial, en donde se intercambian posiciones, información, se escuchan voces de todo el orbe, se observan tendencias y, de paso, se venden libros, encontraría mucha dificultad para negarlo. Eso no es cultura, son centros de negocios.

Que un escritor no sea invitado a una feria causaría cierta desazón en él, más no se estaría atravesando en la libre expresión que puede ejercer en otros ámbitos, y hoy hay muchos en red, o en su capacidad para seguir expresándose desde la literatura. Mendigar una invitación sí que es una actitud deplorable en un mundo literario en donde se ha escrito tanto sobre la mendicación.

Creo, para terminar, que la pataleta no la ejecutaron los escritores que no fueron invitados a Madrid. Es más, muchos de los invitados, no habían aceptado.

Más bien, la generaron quienes estaban detrás de una ganancia que se esfumó, además, por la torpeza de un embajador que no supo estructurar un discurso convincente para justificar una lista de invitados.

Muchos escritores, incluso, estarían perdiendo el tiempo en un viaje transatlántico, en lugar de estar iniciando su siguiente novela. Y de paso construyendo, eso sí, cultura.

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