
Por Fernando José Calderón España.
En Colombia, el 99% de la población trabaja, felizmente, para el 1%.
Es por eso que las manifestaciones pacíficas de los trabajadores de salarios entre uno y tres mínimos se diluyen.
La felicidad en el inconsciente, que es más poderoso que el libre albedrío, ataja cualquier asomo de persistencia en la rebeldía. Y eso lo sabe el 1%.
Ningún candidato del 99% logrará dormir 4 años en el palacio de Nariño, construcción que lleva el apellido de un precursor de derechos humanos, quien desfalcó a la tesorería general de diezmos de la iglesia católica, es decir, un miembro del 1% tirándose la fe del 99%, “como lo habían hecho mis antecesores”, según las palabras del presuntuoso acusado, Antonio Nariño.
La justicia del 1% de la época lo condenó y lo mandó al exilio, tal vez, porque “aventó” a los antecesores, sacados de su misma clase elitista santafereña.
Por un tiempo, Nariño se fue para el 99%, hasta parar en Villa de Leyva en donde murió como miembro del 1%.
Como decía, ningún integrante del 99% pisará la casa que recuerda al desfalcador, excepto que el 1% lo requiera: Marco Fidel, Belisario, Gaviria, son ejemplos. En su vida posterior a ocupar la silla mayor, estos tres entraron al 1%, gracias a las dádivas que otorgan quienes sobresalen del 99% y le hacen coqueteos o ingresan, también, al 1% que maneja lo que, de manera bucólica y romana se denomina la cosa pública.
Repito, ningún aspirante del 99% manejará el gobierno, porque entre otras cosas, ese 99 está más dividido que presa de tigres.
Pero, ante todo, decía mi papá, porque el 99% está trabajando feliz para el 1%.