Ni Rueda, ni jugadores… ¡la suerte!

Por Fernando José Calderón España.

El juego tiene carácter incierto. Eso dice su significado.

El deporte, que es un juego, difiere de este en su sentido competitivo.

Con el deporte se persigue un objetivo que va desde la simple supremacía de las habilidades, las destrezas y las características individuales de cada ser humano, hasta la preeminencia racial o la superioridad social, política y económica.

Cuando el juego se volvió deporte perdió su esencia que perseguía el entretenimiento, la diversión y el goce de una práctica que estaba más embutida de lúdica que de pasión.

Con el deporte, como hay competición, lo placentero y recreativo es desplazado por lo emocional y pasional.
La competitividad unida a la recreación dieron vida a los Juegos Olímpicos, una manera organizada y globalmente aceptada de admitir la lucha y la división de clases entre los países del orbe.

Menos mal que aún los Juegos Olímpicos se llaman juegos y no Deportes Olímpicos para conservar en lo mas recóndito de su organización moderna, el criterio romántico del barón de Coubertin que dijo: “Lo importante no es ganar, sino participar o competir”. Aunque el lema olímpico creado por él mismo Citius, Altius, Fortius (más rápido, más alto, más fuerte) en 1894 propone una contradicción frente al primero, en donde lo mas relevante es competir.

Cosas se los genios creadores, que si no producen contradicciones dejarían de ser tales.

El fútbol, entonces, es un juego convertido en deporte por el deseo ganador que deben tener once miembros de un mismo equipo que se enfrentan a otros once de otro equipo con los mismos anhelos.

En el fútbol el empate es decepción.

Como sigue siendo un juego, su carácter de incertidumbre que lo colma hace que sus resultados no dependan sólo de las destrezas sobresalientes de unos jugadores o de la estrategia de un entrenador. Este es eso, una figura que entrena a un puñado de hombres o mujeres para una batalla llena de reglas.

Pero, el entrenador no va a la batalla.

En el campo de prácticas asume de adiestrador, como el que amaestra un animal para que haga lo que él quiere.

Con ese convencimiento se pone en la raya lateral a dar instrucciones. Los jugadores son como el animal que sigue unos comportamientos aprendidos hasta que ocurra lo inimaginable.

Una vez, el entrenador lanza a los domados al rectángulo o a la pista de exhibición, en el caso de los animales, queda a la deriva y los miembros del equipo repiten lo asimilado hasta que salta a cada segundo, el carácter incierto del juego que con sus caprichos del azar lo ponen a disposición de la suerte.

¿O no fue eso lo que pasó en el minuto 45 de Argentina-Colombia?

Los jugadores de Colombia al acecho, disparando el balón en el área contraria y los defensores argentinos atravesándose con sus piernas al ritmo del instinto y todos del acaso. Simplemente, el balón no entró. Y allí no vale la habilidad innata de los domados.

Es el can o el caballo en la pista de exhibición, haciendo quedar bien a su adiestrador, hasta que un distractor o un obstáculo nuevo le interrumpe una rutina aprendida durante años.

En el fútbol será mejor tener en la cuenta la incertidumbre constante y latente cuando se desarrolla un juego que por definición es una “actividad creativa, espontánea y original, y el resultado final fluctúa constantemente, lo que motiva la presencia de una agradable incertidumbre que nos cautiva a todos”, como dice el diccionario.

Es posible que lo incierto sea lo que despierta la pasión y la gente llena tribunas para ver lo que sentencia la potra.

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