Por Giovanna Robinson Rangel
Ya imagino el panorama cuando no esté. Lo que dirán esos infelices que siempre me envidiaron, y no sé por qué.
La principal protagonista de novela será la perversa y perseverante de mí suegra, dizque compungida entre comillas, llorando lágrimas de rinoceronte, con el único pañuelito que tiene para estas ocasiones súper especiales, como mi deceso esperado con fervor.
Ya me la pinto al lado de mi féretro, haciéndose la que reza una plegaria; y quién sabe qué palabrotas me estará diciendo la condenada; y yo con ganas de levantarme, pero ni modo. Ya no gastará más saliva en hablar mal de mí. Y estoy segura de que la que descansará en paz será ella. No tendrá que seguir con su teatro barato.
Estoy segura de que llegará en bola de fuego la chismosa de enfrente, e irá al grano: “¿De qué murió? ¿Sida? ¿Cáncer? ¡Era la pobre tan buena y bla, bla, qué hartera con esa mujer!
Pero, antes de llegar a mi casa, se devolverá corriendo hacia la suya, partirá una cebolla y la untará sobre sus ojos, para que le den de llorar. Desafortunadamente, tampoco le podré responder, porque ya nada valdrá la pena.
Sé que estaré bien aburrida, quién sabe en qué hormiguero caeré. Y me las imagino dándose gusto conmigo, porque, la verdad sea dicha, siempre fui agridulce.
Pienso que lo más patético de este viaje será largarme para esa orilla que no existe, pero yace en la imaginación ardiente de los poetas.
¿Qué pensará mi exmarido? ¡Pues nada! O sí: se quedará más silencioso que yo, pensando de dónde va a salir la plata para comprar el cajón, si aceptan pagarlo a retazos.
Si no hay billete, pues que me entierren en el patio de mi casa, así nunca se olvidarán de mí; y que lo hagan bajo la sombra de un árbol de mamón, que, en sus cinco años de vida, ni un solo fruto dio; y eso que todos y los días le componía un poema de amor.
Sospecho también que los dolientes desempolvarán sus pintas mortuorias. Yo también lo hice muchas veces. Recuerdo ese pantalón a rayas y suéter negro; y, cuando salía con mi andar todo sexi, paraba el tráfico. Hoy, mañana, o quizás pasado mañana, –o quién sabe cuándo– también lo paralizaré, pero con la lentitud del carro mortuorio.