La Vorágine, a toda imagen

Por Isaías Peña Gutiérrez

Dentro de ocho años, en 2024, se cumplirán cien años de la primera edición de La Vorágine, única novela de José Eustasio Rivera, autor huilense, nacido en 1888, en Rivera, antiguo San Mateo. La Vorágine, que ahora inaugura, en 2016, luego de haber pasado por el cine y el teatro, en Colombia, el nuevo arte del cómic o de la novela gráfica, fue escrita y publicada en una de las décadas más ricas de toda la historia de la humanidad: la del 20 del siglo XX. Por entonces, surgieron novelas maestras como Ulises (1922), de James Joyce, La montaña mágica (1924), de Thomas Mann, El proceso (1925), de Franz Kafka, En busca del tiempo perdido (1913-1927), de Marcel Proust, La señora Dalloway (1925), de Virginia Woolf, Don Segundo Sombra (1926), de Ricardo Güiraldes, El lobo estepario (1927), de Hermann Hesse, Doña Bárbara (1929), de Rómulo Gallegos, y varias más que marcaron, de modo definitivo, el derrotero estilístico de la narrativa del siglo XX en el mundo entero.

Jose Eustasio Rivera

No creo que José Eustasio Rivera haya podido conocerlas porque las traducciones llegaban muy tarde para entonces, pero, en cambio, sí hizo parte de esa nómina que pareciera depender de una crucial encrucijada o de un extraño cruce de coordenadas históricas (no creo que hayan sido los astros). Y lo hizo con la misma ambición de todas aquellas novelas que he recordado: de pronto, cambió el rumbo de nuestra narrativa al romper los modelos estructurales de la época. Por eso, propuso en La Vorágine la rotación de varias historias que giraran alrededor de una central. Rompió la linealidad del realismo del siglo XIX y, a riesgo de ser criticado por desordenado -como, efectivamente, ocurrió-, buscó un narrador (Arturo Cova) que contara su propia historia (la pasada y la futura), y que escuchara y reprodujera, de manera simultánea, las de Clemente Silva, Helí Mesa y otras satelitales, las cuales nos informarían de las historias que Cova no podía testimoniar sobre la violencia y la explotación humana en los llanos y las selvas del oriente colombiano, en las fronteras con Venezuela, Brasil y Perú. Rivera, entonces, tejió dos ejes congruentes, uno personal y otro social, asidos por la violencia colombiana de entonces -que sigue siendo la actual, infortunadamente-, para entregarnos, en una prosa nutrida, casi barroca, sostenida en un accionar de película, jamás visto en nuestra narrativa anterior. Prosa abigarrada y clara que él combinó, en los mejores momentos de la novela, con un reflexionar del pensamiento, desconocido entre nosotros. Los celos, las pasiones y las peripecias caóticas del ser humano, sumadas a las desgracias de un país abandonado en la periferia de sus límites nacionales, le sirvieron a Rivera para escribir lo que Cova llamó su íntima y desastrosa Vorágine. Testimonio personal, de otro lado, de lo que José Eustasio Rivera había vivido como abogado en los Llanos orientales, luego de graduarse en la Universidad Nacional (1917), y como secretario jurídico de la 2ª. Comisión Demarcadora de Límites con Venezuela (19 de septiembre de 1922-12 de octubre de 1923). La estructura total de la novela, con un prólogo, un cuerpo central y un epílogo, novedoso para la época, incluso engañó a los críticos. El 25 de noviembre de 1924, La Vorágine estuvo en las librerías bogotanas.

Hoy, el escritor Oscar Pantoja, como guionista, y el artista José Luis Jiménez, como dibujante, han pensado en el futuro de La Vorágine y en los lectores que pasan del futuro al presente, para leer una nueva versión de aquello que apasionó a Rivera: narrar en forma de aventura total las acciones que surgen cuando los sentimientos, las pasiones y las razones humanas, se mezclan y chocan entre sí, en medio de las incertidumbres y agobios de la selva, atenazados por la ceguera que produce la injusticia de un sistema social basado en la explotación del ser humano.

El lector no abandonará esta historia hasta cuando ella se haya consumado. La habilidad del guionista, que con arte y pericia ha logrado transmitir el tono, la atmósfera, la sicología y la cosmovisión de la obra, ya casi centenaria, de José Eustasio Rivera, como la belleza y el impacto visual de los dibujos que interpretan la acción de cada plano en la novela, no permitirán que el lector se desprenda de ella hasta llegar a la última viñeta. Las libertades del guionista, valga decirlo, como haber dividido la novela en cuatro partes (en lugar de las tres originales), o haber aumentado un narrador en su finalización, han sido usadas en beneficio de la obra e interpretan el sentido original de La Vorágine.

Con su espíritu vanguardista, estaría feliz de leer esta versión gráfica, su autor, como no pudo estarlo cuando quiso hacer la película en Estados Unidos, en 1928. Además, porque la muerte lo sobrecogió muy temprano, a la edad de 40 años, en la ciudad de Nueva York, y tampoco pudo ver la versión al inglés. Los colombianos seguimos sin hacer la versión cinematográfica de La Vorágine, que como la vida de Rivera, son de por sí, puro cine. Pero, qué alegría tenerla en las librerías y en las manos de los lectores como [la primera] novela gráfica de Colombia, con el nuevo proyecto editorial del escritor Neil romero, Resplandor Editorial.

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