Por Fernando Calderón España
Tal vez porque estudié en escuela y en institución públicas las botas de campaña y los uniformes no me gustan. En los colegios del Estado no se exigía uniformes. Los privados los adoptaron en obediencia a una ambición humana: el reconocimiento.
Las primeras intenciones de uniformar a la sociedad las leí en “Utopia” de Tomás Moro, un abogado y cura inglés, sin tonsura y sotana que se imaginó una nación justa y feliz en donde todos son ricos sin poseer nada.
La propiedad privada en la isla Utopía no existe. Moro se adelantó a Marx o fue fiel a “Los Hechos de los Apóstoles” en los versículos que dicen: “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma y nadie consideraba suyo lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común… No había entre ellos ningún necesitado porque los que eran dueños de campos o casas los vendían, llevaban el precio de la venta, lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hechos 4, 32-35).
A propósito de Tomás Moro, en sus páginas dice: “Así, cuando miro esas repúblicas que hoy día florecen por todas partes, no veo en ellas – ¡Dios me perdone! – sino la conjura de los ricos para procurarse sus propias comodidades en nombre de la república. Imaginan e inventan toda suerte de artificios para conservar, sin miedo a perderlas, todas las cosas de que se han apropiado con malas artes, y también para abusar de los pobres pagándoles por su trabajo tan poco dinero como pueden. Y cuando los ricos han decretado que tales invenciones se lleven a efecto en beneficio de la comunidad, es decir, también de los pobres, enseguida se convierten en leyes.” Algo hay bien adentro de Los Hechos y de Moro.
Volviendo a la obra, Utopía es una comunidad en donde prevalece la propiedad común. Y en alguna parte, si mal no recuerdo, el autor se imagina a esa comunidad vestida de uniforme al estilo de la China de Mao.
A pesar de los deseos comunales leídos en Moro nunca me gustó la idea de parecerme a los demás en lo que llevan por fuera y mucho menos por dentro. Además, porque “detesto amigablemente” a las sociedades disciplinarias. Le leí algo a Foucault.
Por eso creo que la uniformidad en el vestir es una dictadura que promueve hechos y acciones autoritarias que atentan contra la felicidad, un concepto que para alcanzarlo hay que ser libre. Aunque en la utopía de Moro esa uniformidad pretenda equidad o igualdad, principios en los que se basa la producción de bienestar, el fin último del Estado.
Por lo mismo que creo en que los uniformes son una dictadura, también pienso en que ejercen su influencia en quienes los llevan.
Una demostración patética la acaba de hacer el comandante Zapateiro en otra de sus salidas que pasarán a la historia de esta sociedad injusta y deshonesta.
A propósito de esto último: Tomas Moro es considerado un político que brilló por su honestidad hasta que la misma lo llevó a ser decapitado por quién lo promovió y lo escuchó durante mucho tiempo, Enrique VIII.
Pasando de Moro a Zapateiro, es decir, al otro polo, el general se dejó llevar por la influencia sicológica que ejerce el uniforme sobre todo cuando éste significa poder y éste poder está sustentando en la tenencia de las armas.
Así sea constitucional su uso, las armas también distorsionan el pensamiento democrático que, de paso, las justifican solo para salvaguardar la soberanía física de una nación delimitada y reconocida por la organización humana mundial o, simplemente, para cuidar el orden público.
El comandante Zapateiro, y le digo así porque se parece más a un comandante insurgente que a un general, se salió de los límites que les han fijado los mismos que le pagan su sueldo, los pobladores de este país, a través del contrato social y de uno laboral. Intervenir en política deliberadamente con uniforme y botas de campaña, lo prohíbe el pueblo soberano en un deseo plasmado en letras constitucionales. Lo mismo que cuando se usa la sotana, otro uniforme, para buscar similares efectos: cambiar un deseo popular.
Los niños, en general, detestan los uniformes y los llevan por la dictadura que ejercen maestros y padres, pero no porque los hagan felices. No serán felices mientras no sean libres.
Zapateiro no es libre, pues está sometido a un uniforme que representa a una sociedad disciplinaria, en donde precisamente la disciplina se cumple o la milicia se acaba. El general le falló a la disciplina, el estandarte más levantado en el concepto militar.
La disciplina es un conjunto de reglas para mantener la subordinación en una comunidad y los asociados estamos jurídica y políticamente sometidos a una Constitución (las reglas) que hay que cumplir o la democracia se acaba.
Muy bueno. Abrazos.