Por Tatiana Fandiño | 12/04/2021.
La Covid-19 se ha cebado con sectores tradicionalmente vinculados a la clase media, desde el comercio de proximidad al turismo, pasando por las pymes, hasta emprendimientos recién constituidos. La necesidad de incorporar políticas para favorecer la demanda de la clase media es inmediata e inaplazable.
Está muy bien el proceso de digitalización, la economía verde y tal cual avance necesario, pero el problema no es sólo hacia dónde va la especialización industrial, sino que el capital humano necesita formarse en otras habilidades, y con urgencia. Una clase media fuerte y próspera es el pilar más sólido para la cohesión social, la estabilidad política y el buen gobierno. La clase media sostiene el consumo y con sus impuestos se financian la inversión en educación, salud, vivienda y protección social. Las sociedades con una clase media robusta presentan índices de criminalidad más bajos, disfrutan de mayores niveles de confianza, así como de estabilidad política. La falta de formación de buena parte de la población para desenvolverse con garantías en la Cuarta Revolución Industrial, se refleja en las carencias que en parte se atribuyen a los tremendos recortes aplicados a educación e investigación.
Es evidente que se tiene que fortalecer a la pequeña empresa, consolidar los salarios y evitar muchas situaciones en las que los autónomos acaban subcontratados en Uber o Rappi. Otra cuestión delicada son los impuestos y la adopción de medidas fiscales específicas para quienes están por encima del Ingreso Mínimo Vital. La clase intermedia está ahí por algo, porque sus recursos son lo indispensablemente suficientes para mantener su estilo de vida, no requieren tanta ayuda del gobierno para subsistir y poseen ciertas comodidad que les permiten tener calidad de vida.