Kristian es un muchacho ensimismado, noble, inteligente, astuto y sagaz. Toda la vida ha acompañado a su padre en el taller, viéndole pintar, de pronto calculando la posibilidad de, algún día, hacer lo mismo. Es decir, vivir de la pintura, del arte y de la fantasía.
Nunca dijo nada, pero sí expresó a boca llena que el estudio y las idas al colegio, mañana y tarde, no eran lo suyo. Más importante fue manejarle a su padre las mezclas de los colores, la preparación de sus telas o hasta la templada de sus lienzos y mirar durante horas enteras, con suma atención, las formas en que producía ambientes, composiciones, cuadros y todo tipo de obras de arte.
Hasta cuando le llegó la hora de sorprender. Un día cualquiera, llama la atención de su padre, el Maestro John Jaimer Morales y le dice que él quiere mostrarle algo, pero que por favor no se vaya a reír, pues tiene temor de ser el autor de una especie de tontería. Y su padre, el Maestro, inmediatamente lo abraza y con un fuerte apretón de cuerpo entero, le dice a cuánto asciende la calificación expresada.
Kristian demuestra que no ha perdido el tiempo, que ya puede andar solo por el mundo del arte y que lo único que deben hacer sus padres y hermano, es simplemente esperar todo lo nuevo que haga, para aplaudirlo.
Sus dibujos son perfectos, sus pinturas son explosivas y su capacidad de recreación son sorprendentes.
Tiene en su mundo un zoológico único, inimaginable, hermoso, perfecto. Los colores no corresponden a la realidad, pero sus animales quedan tan perfectamente retratados que pareciera que hablaran, sus pieles respiran y sus ojos nos miran. No importa que sus elefantes sean azules y sus chimpancés verdes. Esa nueva población de animales salvajes exóticos, inverosímiles, por la culpa de su maestría, nos llegan al alma.
Hay que advertirle a su padre que, aun siendo tan buen artista, le ponga cuidado para que este muchacho no le tome ventaja.
¡Congratulaciones!