Por Jorge Enrique Santacruz
A propósito del 25 de Julio. Vinieron y llegaron muchos, como se dice popularmente; por camionados.
Uno de ellos, el de nosotros; Sebastián de Belalcázar (1480 -1551) no llegó directo a estas tierras. Antes estuvo en la conquista de la actual Nicaragua y hasta fue nombrado alcalde de una de sus ciudades (León).
Y anduvo como en vuelta de ciclismo; por Nicaragua, Darién, Perú, Quito, Guayaquil, Ampudia, Pasto, Popayán, Anserma Guayaco, Neiva, hasta que llego a donde debía de llegar; a la sucursal, que como todo lo indica ya lo era por lo hermoso de sus parajes. Y como venía embalado en busca del Dorado, llego hasta las sabanas de Bogotá a encontrarse con Gonzalo Jimenez de Quesada y Nicolás de Federmann, que venían a lo mismo. Unos me han dicho que era en busca, otros que a saquear. Vaya uno a saber.
Salió de España cuando purgaba una pena por el asesinato de su hermano por robarle un lote de asnos, ósea como todo un villano. Regresa y lo nombran Adelantado y gobernador de Popayán. Todo un héroe.
Pero veamos que es eso de Adelantado. Un adelantado era un alto dignatario español que llevaba a cabo o adelante una empresa pública por mandato de servicio, cuenta y bajo designio real. Su rango de dignidad era análogo al del almirante antiguo, por encima únicamente el Virrey – cuando lo hubiera- y si no el rey o el reino. Dejémoslo ahí; digamos solo que acusado de malos tratos a los indios y de la muerte de Jorge Robledo, fue encarcelado y condenado a muerte, pero fue absuelto por una apelación que se hizo al rey. Toda una belleza.
A mí me enseñaron que Sebastian de Belalcazar fue un héroe y hasta monumento le hicieron. Que como él, vino de España. Así pasó en la mayoría de nuestras ciudades; erigían monumentos a quienes nos conquistaron. Costumbre que aún no se olvida. Pero esto de héroe o villano hay mucho que cuestionar y solo depende del cristal con que se mire.
Para terminar esta primera entrega de Héroes y Villanos es menester definir que es conquistar: Apoderarse de un lugar, como un territorio, una ciudad, etc., por la fuerza, especialmente con armas.