Desde la piedra gorda

Por Fernando Calderón España.

La guabina, no sólo es la melodía del río, de la montaña, de la sabana. Es el ritmo del agua rebelde. La guabina, fue atea. En una época la iglesia la proscribió. Consideraba, y esto es mío, que el baile, expresión vertical de un deseo horizontal, procuraba el pecado al juntarse las cuatro manos. Cuando se probó que solo se juntaban las cuatro manos, la guabina, salió de entre rejas. Gracias a la iglesia, el mundo gira ahora más rápido. Pero, la guabina, sigue haciendo girar a las personas de esta parte del mundo, con la misma lentitud con la que hablamos. Cada vez que escucho una guabina, veo en mi mente, la falda ancha y frondosa de una mujer huilense. Veo su primera prenda, la de arriba, deslizarse por su piel blanca y detenerse en la mitad del hombro hasta crear una nueva imagen femenina más bella y atractiva. La guabina, es un colosal invento de las fusas, las semifusas, las corcheas y las semicorcheas. Y creo que debe tener más blancas que negras en su texto musical. Es un baile en donde la mujer expone cadencia y el hombre decencia. Por eso, no entiendo su proscripción. En el fondo, la guabina, es el grito silencioso de una sumisión de varios siglos.

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