Por Myriam Manosalva | 28/06/2021.
Durante la fase de crecimiento que conocemos como infancia, es usual que el niño se enfrente a diferentes momentos que le reten y le hagan sentirse frustrado, triste o desesperanzado. Ante esto, la mayoría de los niños mental y emocionalmente sanos, olvidan con rapidez el suceso y con el acompañamiento adecuado de los adultos de su entorno, podrán seguir adelante, a veces sin recordar el evento o incluso en el futuro lo observarán con nostalgia y hasta con gracia. Pero este no es el caso de los niños que sufren de depresión.
Una depresión no identificada rápidamente es prolongada en el tiempo y puede dar lugar a suicidios en la adolescencia. La muerte autoinfligida es la segunda causa de los fallecimientos en jóvenes entre los 15 y los 19 años, particularmente en los adolescentes que sufren de trastornos mentales desde la infancia.
El suicidio parece ser la única salida para jóvenes que sufren de violencia sexual, acoso, bullying escolar, o padecen condiciones como asperger y autismo, sintiéndose incomprendidos, solos y sin esperanzas de una vida mejor.
Este fue el caso de las gemelas Sam y Chris Gould, quienes vivían en Inglaterra con sus padres y llevaban una vida aparentemente tranquila, hasta que sus allegados empezaron a notar un cambio de comportamiento en ambas jóvenes, alrededor de sus 12 años.
A los 14 años, las pequeñas confesaron haber sido abusadas desde los 5 años por un conocido de la familia. Al llegar a los 16, Sam se suicidó, y sin poder soportarlo, tras cuatro meses de su partida, Chris repitió el mismo acto que cometió su hermana. Aunque ambas recibieron atención médica y sicológica, esto no fue suficiente, ya que el daño no fue detectado a tiempo y la depresión logró absorberlas.
Como este, son muchos los casos que motivan la pregunta ¿cómo identificar la depresión en niños y adolescentes y como tratarla?
Para reconocer un trastorno sicológico como la depresión en un niño hace falta identificar alguno de los siguientes comportamientos:
Irritabilidad: El niño muestra señales de estar enojado la mayor parte del tiempo, sin una causa aparente.
Hastío: No tener ningún interés en actividades que a otros niños les parecen divertidas.
Cambios en el apetito: Pueden obsesionarse con la comida e ingerir alimentos de forma compulsiva o por el contrario no querer comer en lo absoluto.
Insomnio o hipersomnia: No poder conciliar el sueño, dormir en horarios contrarios al reloj biológico y dormir en exceso.
Agotamiento: El niño no tiene energía suficiente para desempeñar sus actividades escolares o de esparcimiento.
Cambios en la capacidad cognitiva: El menor no puede concentrarse o recordar datos con facilidad.
Baja autoestima: Presenta una autopercepción distorsionada. Pueden ser altamente sensibles y con episodios de llanto o de ira incontrolables.
Autolesión: En su cuerpo pueden encontrarse signos como cortadas, moretones y quemaduras, que suelen esconder con mangas largas y demás ropa holgada que no revele señales de otros padecimientos como la anorexia y bulimia.
Obsesiones: Una víctima de abuso puede presentar comportamientos obsesivos o desarrollar un trastorno obsesivo compulsivo (TOC) por la limpieza y el orden que oculten sus vacíos y heridas emocionales. Esto los puede llevar también a adquirir una adicción en el futuro por las drogas o el juego, para lidiar con su dolor.
Tras la identificación del cambio comportamental, se debe ofrecer de manera inmediata un tratamiento sicológico con la ayuda de profesionales de la salud mental y física, que luego de un análisis minucioso del caso, deberán proceder a diagnosticar las condiciones del niño, para ofrecerle ayuda con técnicas que le ayuden a cambiar comportamientos, pensamientos y emociones negativas, para llevar una vida más saludable y consciente. El profesional de la salud mental deberá llevar al niño a desarrollar las herramientas necesarias para lidiar de manera asertiva con los traumas y retos de la vida, siempre con el acompañamiento de sus padres.