Por Fernando Calderón España.
Me propongo en las siguientes líneas, filosofar.
Es decir, pensar, reflexionar y dejar constancia escrita sobre lo que creo de una disciplina que abraza poca gente, y que aún sigue siendo estigmatizada por la ignota masa que domina el mercado en que se ha convertido la sociedad moderna. Pero, que sin ella la humanidad no hubiera tenido rumbo.
Ahora, todo es mercado y, como tal, en la sociedad se juega con las reglas que imponen las técnicas y estrategias con las que se aumenta la demanda de un producto. Como si el hombre y el universo en su infinita dimensión fueran un bien o un servicio que deberían comercializarse. Acepto que el capitalismo haya convertido al hombre y al universo en comercializable. Lo que no acepto es que el hombre y el universo lo hayan permitido bajo la coartada del desarrollo o del progreso.
El hombre y el universo tienen la fuerza para evitarlo.
La vida, y la vida es el hombre y el universo, está signada en estos tiempos por la mercadotecnia. Así pues, que una primera preocupación aparece a la vista: hasta cuándo seremos el hombre y el universo objetos disponibles para las transacciones de las esperanzas, que exige un sistema cada vez más depredador, convertido en una espada que hiere las esencias de dignidad de las que está dotado el ser humano y que, precisamente, la misma filosofía tipifica.
Hildebrando Claros, un circunspecto y profundo filósofo que llegó a Garzón con la ilusión de enseñarle a pensar a los muchachos setenteros de todo el Huila, y algunos del Tolima, y que logró, incluso, que actuaran como filósofos, ponía toda su energía docente para que entendiéramos que el ser humano, por esas épocas agitadas, había entrado en un proceso de cosificación que lo dirigía a la pérdida de sus dignidades, la ontológica, la moral y la real, o lo que es lo mismo, se había convertido en una simple cosa.
Nos hemos transformado, entonces, en especialistas bárbaros y en sabios ignorantes como lo advirtiera Ortega y Gasset en su “Rebelión de las masas”, una obra de 1929, es decir, hace 93 años. La edición era una recopilación de artículos publicados por el autor en El Sol, en tiempos que parecen repetirse casi 100 años después.
Pero, el punto no era ese, era pensar sobre la filosofía, una dedicación que hicieron conocida hombres que vivieron en los claustros, las ágoras, los parques, las academias, las cafeterías universitarias y hasta los bares de la bohemia mal llamada intelectual, porque pensando o filosofando bien, todo ser humano es un intelectual.
La filosofía es el principio de la civilización. Sin ser conscientes de que lo estaban haciendo, las civilizaciones históricas que se construyeron junto a los ríos del Oriente Próximo filosofaron sobre sus modos de vida y estructuraron sociedades que permitieron realizar y evolucionar sus valores que los juntaban.
La filosofía estaba ahí, en cada una de esas personas que proponían, después del discernimiento, la manera de alcanzar la felicidad, el bienestar y el bien de todos los asociados.
No nos debería extrañar que en cualquier responsabilidad que esté dirigida al interés general se proyecten filósofos, gente dedicada a encontrar la lógica y la razón en los procesos que involucran a los miembros de un Estado. El Estado no es solo el territorio, las leyes, la fuerza oficial, también, es la gente que lo compone, pero sobre todo las ilusiones de todos. Y en esto último, hay que pensar bien.
Tampoco es extraño que hoy haya nuevos seres humanos interesados en la filosofía, una herramienta a la que debería acudir toda persona que tenga el interés en razonar bien para actuar mejor.
Creo que logré lo que me propuse, filosofar.
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