Por Jairo Ruiz Clavijo
El profeta dijo en un café de la Calle Real de Sabana Grande en Caracas: Un extraterrestre de ojos llameantes se dejó ver por un momento y anunció que cierto domingo de agosto la mar en furia partiría las montañas y aniquilaría la ciudad.
Los obispos, los brujos, los astrónomos, los astrólogos y los políticos dijeron que no había por qué preocuparse, pero no pudieron evitar que el pánico cundiera por los barrios de la Ciudad del Libertador.
El domingo señalado el presidente ordenó que la policía se hiciera cargo de la ciudad, mas de un millón de caraqueños huyó en estampida, con sus trastos a cuestas, como en el cuento que NO inventó García Márquez. (https://www.culturarecreacionydeporte.gov.co/es/bogotanitos/erase-una-vez/algo-muy-grave-va-suceder-en-este-pueblo)
Y el lunes comenzaron a regresar por sus prendas mas queridas: sus automóviles. La mar está donde estaba, las montañas también y Caracas sigue siendo “humeante de petróleo, husmeante de pan, azul de hierro, lívida de hambruna, centelleante de brillantes, mate de malaria” como la retrató Jorge Zalamea.(https://www.palabravirtual.com/index.php?ir=ver_voz1.php&wid=2138&t=El+sue%F1o+de+las+escalinatas&p=Jorge+Zalamea&o=Jorge+Zalamea) Recomiendo escuchar el poema en su maravillosa voz que termina con un desgraciadamente actual retrato de Colombia.
Entran como pidiendo disculpas, porque saben que sobran en ese mundo de ruedas, no de piernas. Caracas pertenece a los prepotentes automóviles y no a las personitas que a veces se atreven a cruzar las calles molestando a las máquinas, como le ocurrió en 1919 al médico José Gregorio Hernández quien murió atropellado cuando Caracas apenas tenía tres automóviles.
¿Qué sería de esas personitas si María Lionza no las protegiera y no las curara José Gregorio? María Lionza alza sus tetas en pleno centro de Caracas, reina, desnuda, sobre el vértigo y en toda Venezuela es diosa. Su palacio invisible está en la serranía del Sorte donde las rocas son los amantes de María Lionza que han pagado una noche de abrazos convirtiéndose en piedras que respiran.
Simón Bolívar y Jesús de Nazareth trabajan para ella en su santuario. También le ayudan tres secretarios: uno negro, otro indio y uno blanco, quienes reciben las ofrendas.
Ella tiene los poderes del cielo y del infierno.
José Gregorio es casto de toda castidad. El secretario blanco de María Lionza no ha cedido jamás a las tentaciones de la carne y todas las mujeres que se le acercaron en actitud insinuante fueron a parar al convento, bañadas en lágrimas y arrepentidas. En el santuario de María Lionza, José Gregorio se ocupa de los asuntos de salud pública: continúa recetando remedios y operando enfermos. Es el único santo de corbata, chaleco, saco y sombrero que en el mundo ha sido.
(Memoria del fuego Tomo 3, Eduardo Galeano, págs. 292 y 293 Siglo XXI Editores 2016)