
Por Fernando José Calderón España.
Al final de una tertulia sabatina, entre el calor que sale de cada cuerpo y la sabiduría que se desprende de cada cerebro uno podría quedar en el umbral del laberinto de la incertidumbre.
La vida en Colombia se parece al juego. Tiene al azar como su única salida.
Es un corredor cuyo final sigue siendo oscuro. Es como un túnel sin cirio.
Es una ruleta rusa, solo que nadie sabe de la ausencia de la bala en el tambor del revólver: se vive el miedo que proporciona el arma, aunque la bala que no está nunca salga.
Cuando no es el hombre es la naturaleza. Una masacre propiciada por el plomo humano es tan lacrimal como una avalancha. Por lo general, las dos anunciadas. Como la famosa crónica, “el día en que lo iban a matar”. Podría servir de modelo para “el día en el que la ladera se iba a deslizar”.
Cada conversación de tarde cae en el mismo final. Aprendimos a ser corruptos o lo hemos sido siempre. Esto último podría servir para hablar de una genética malévola.
Quienes proclaman la inmaculada concepción terminan aceptando la misteriosa atracción fatal del dinero.
La necesidad tiene cara de perro.
Hay veces en las que pienso: ¿valió la pena estar?
¿Seré uno de ellos? He tenido la tentación que corrompe. O, tal vez, haya cometido un venial que lo haya sentido tan leve como para estar escribiendo esto.
En la construcción de conciencia ¿se pecará por pensar lo malo? ¿O solo cuando se obra mal?
¿Rousseau tenía razón? ¿Nacemos buenos y la sociedad nos corrompe, o nacemos malos y corrompemos a la sociedad? Creo que Juan Jacobo quiso quitarnos responsabilidades.
Pero, bueno, no me dejo derrotar por mi ignorancia y mi pesimismo. Simplemente, la terminación de la noche en medio de tanto mal augurio sobre el destino de la sociedad, gane el uno o el otro, me puso a clavar ideas en el papel de la red, tan blanco, que las letras se vuelven manchas. Escribir sería un acto que corrompe. O una osadía.
Es el nuevo muro de los lamentos. De las decepciones, o las frustraciones.
De algo estoy seguro: hago el esfuerzo para seguir derecho. O ¿será que soy otro pendejo? ¿Seré otro sujeto de tentaciones? ¿Por qué las tentaciones fueron en el desierto y no entre los muros de la ciudad?
Por lo menos hice cierta alguna diferencia entre cavilar y vacilar.
El miedo, es el peor flagelo de la humanidad.
Muy bueno.
Saludos, salud.