Por Maria Alejandra Tangarife Toro | 02/05/2021.
La educación ambiental en la infancia debería ser un factor fundamental, hablando de educación en el ámbito académico, pero también el familiar y el social. Si bien los currículos y temas de la asignatura que generalmente se denomina Ciencias Naturales varían a lo largo de este país, en todos ya se incluye por lo menos unas horas para hablar sobre reciclaje. Sin embargo, esa educación debería trascender. Como he dicho, no solo en la esfera de la academia, sino en la conversación cotidiana entre cada familia, entre cada comunidad.
Por lo tanto, con base en las necesidades y perfiles de la infancia, el país y el planeta, a continuación propongo 3 características fundamentales que debería incluir la educación medioambiental para niños y niñas en todas las esferas de las que participan. La primera, la curiosidad; puesto que no es un secreto que ante los ojos de niñas y niños muchos fenómenos son sorprendentes, nuevos e increíbles, hay que aprovechar esa capacidad de asombro para incrementar esa curiosidad y así, generar situaciones que les lleve a cuestionarse sobre su papel dentro del cuidado del planeta, las consecuencias de cada acto de producción y consumo y las acciones que debemos emprender.
Segundo, ajustarnos al contexto; eso quiere decir que la persona encargada, o mejor, interesada en fomentar una conciencia de respeto y cuidado en los niños hacia la naturaleza debe entender en qué espacio vive el niño o niña y empezar a ajustar pequeños cambios que le sean fáciles de comprender con el tiempo, que sean cercanos a su cotidianidad, que no le hagan pensar que están haciendo algo de otro mundo ni descabellado, sino algo perfectamente normal en su entorno diario. Debido a que no tienen la misma percepción aquellos infantes que crecen en la urbe que los del campo, aquellos en casas que en edificios, aquellos con 2 figuras paternas que con 1 sola, etcétera.
Además, entre otras herramientas, hay contenido como el de Manos a la tierra, de Kirsten Bradley, en el que proponen ideas muy buenas y fáciles de aplicar, con el objetivo de iniciar la consciencia en esos ciudadanos y ciudadanas que apenas se están formando. Allí se privilegian los sentidos de la observación y el tacto, para que funjan como dupla ganadora en la educación medioambiental para la infancia.
Finalmente, la tercera característica tiene que ver con el ejemplo, que en otras palabras quiere decir que lo que no hagamos los adultos difícilmente será replicado por los niños. Así que es hora de ser conscientes del espejo que representamos.
Recogiendo lo anterior, es fundamental saber que en el proceso de convivir con hábitos de consumo responsable, de decisiones conscientes frente al uso de recursos naturales y de una convivencia cercana pero respetuosa con especies de fauna y flora, la infancia comprenderá que así se cultiva el futuro planeta.