Por Fernando Calderón España.
Una de las cosas que detesto y acepto, al mismo tiempo, es el tuteo. A pesar de que mi mamá me tuteaba, y lo hace todavía, no practiqué el tuteo, excepto cuando la persona a quien le dirigía la palabra movía el corazón para que de él saliera con mi voz un tuteo tímido, temeroso y tembloroso. La triple T que he llevado conmigo.
En el primer caso había el amor de mamá en el uso del pronombre tú. A veces, mi mamá me hablaba de vos, otro pronombre que acompaña a la segunda persona de los verbos para denotar confianza o familiaridad. Con mi mamá estaban las dos, la confianza y la familiaridad, pero agrego el amor con lo cual se evidenciaba un grado alto de cercanía. El grado alto de cercanía deja de serlo un rato y por nueve meses lo es de protuberancia.
La prominencia que deforma el cuerpo femenino por un tiempo es lo que origina el amor de madre. Nadie aguantaría, no solo el abultamiento del abdomen, sino los dolores durante un embarazo si no fuera porque lo que va a salir de allí quedará en el alma para siempre.
En el segundo caso, también era el amor, el otro, aquel que comienza a aparecer en las ventanas y puertas de las casas del vecindario o en las aulas de las escuelas de barrio, en donde casi siempre está la primera vez.
Tutear es el uso de ese pronombre tú que era esquivo en el lenguaje de los cincuenta y tantos del siglo pasado, esos años que vieron nacer a una generación que hoy está por los sesenta y más. Digo, esquivo, en las clases bajas de donde vengo. En aquel tiempo, para usar una expresión evangélica, el tuteo era prohibido si no se tenía la confianza, familiaridad y amor, como en los dos casos personales.
Tutear a cualquier persona que no tuviera esa cercanía se constituía en exceso de confianza, mal visto. Y los de abajo veíamos a los demás muy lejos como para establecer un trato amistoso o sentir su valimiento.
Para quienes crecimos con “usted” como el pronombre de uso en todos los casos, el tuteo se nos convirtió en una manera de hablar lejana, si no extraña. Aunque no fue difícil entrar en su uso, la elección de a quién tutear pasó a ser aleatoria. Tuteamos de acuerdo con la circunstancia y sus moradores.
Con los años, y como padres, experimentamos que el tuteo empezó a ser una manera de acercar a las personas, de hacerlas sentir que habían entrado en un nivel de intimidad apreciable. Ese sentimiento se suscitó cuando nuestros hijos comenzaron a recibir sus primeras enseñanzas y el trato que los maestros les daban llegaba, en el peor de los casos, a parecerse irrespetuoso, y de demasiada confraternidad tan similar a la dada en casa. Al fin y a cabo la escuela era como un segundo hogar y ese trato trasladado por nuestros hijos al seno familiar nos impulsó a tutear, así no tuviéramos la costumbre en el trato interpersonal nuestro de cada día.
En esa mezcolanza de pronombres, muchos resultamos tuteando a quienes no conocíamos y usando el usted con la proximidad.
Tal vez, ese surtido de pronombres en la segunda persona haya resultado confuso para muchos colegas en los medios radiales y televisivos que en sus entrevistas o reportes comienzan tuteando al entrevistado, que en principio es, o era, un pecado en periodismo, y terminan tratándolo de usted. El problema no es de ellos, es de los directores que, sencillamente, no dirigen.
De todas maneras, y aunque no nos guste el tuteo, animadversión que aumentamos con las reglas radiales para tratar a los invitados al aire, o en cualquier grabación, suena mas bonito un…y tú qué, que un… y usted qué.
Si. Interesante el tema. Algo inesperado, pero evidente. Creo que todos nosotros, provincianos irredimibles, hemos – quizá no entendido como usted, vos o tu lo has, o ha planteado, pero sí lo hemos padecido siempre así. Se han dado ocasiones críticas en que, alguien importante nos tutea, y siguiendo el momento inevitable lo hacemos también, para advertir de pronto y con vergüenza, que sin esa carga afectuosa que usted, vos o tú, tan bien ha definido, rompimos la secuencia encantadora del tuteo tranquilo, para mezclarlo atropelladamente con un tú y un usted, sin ton ni son. Muy clarificado para quienes, padeciendo tal situación, nunca nos la planteamos.