Una alteración de la verdad en el cine

Fotografía de Sam McGhee en Unsplash

Por Maria Alejandra Tangarife Toro | 08/04/2021.
“¿Qué es entonces la verdad?”, se pregunta Friedrich Nietzsche en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, y responde: “Un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente”

Por lo tanto, si tenemos en cuenta esas palabras, podría afirmarse que no hay una sola forma de decir la verdad, o más precisamente, que el lenguaje nos da licencias para contar el mundo desde más de un punto de vista. A esas metáforas de las que habla el filósofo también acceden, por supuesto, las artes visuales; por ejemplo, a través del falso documental.

Del documental, o cine de no ficción, podrían decirse muchas cosas en general, que busca retratar la realidad de una manera más fiel, que suele abordar temáticas sociales o que su insumo prevalente son los datos fidedignos. Pues bien, frente a esto, el falso documental toma esas situaciones fidedignas y las transforma a través de la sátira, el humor, la ironía, los hipérboles y otras figuras literarias que llevan al espectador a cuestionarse si lo que están viendo es real. Es decir, se maximizan las características de la ciudad, el país o el mundo en el que vivimos per se, al punto de que parece absurdo vivir en él.

Cabe aclarar que engañar prístinamente a los espectadores no es el objetivo de quienes realizan un falso documental, sino exponer una parodia de la vida misma que finalmente lleve a una reflexión sobre lo que vivimos o lo que consumimos en los medios masivos. De nuevo, tomando algunas de las palabras de Nietzsche, dicho género es un grupo de metáforas y antropomorfismos que remiten a una realidad particular y exagerada, a través del juego con las imágenes y los sonidos.

Desde mediados del siglo pasado se pueden hallar ejemplos de los primeros falsos documentales, como F for Fake (1973), dirigido por Orson Welles, quien de antemano conoció el poder de los medios de comunicación cuando en 1938 adaptó para radio La guerra de los mundos y ante los oyentes incautos se generó un verdadero apocalipsis.

Otro ejemplo es Agarrando Pueblo (1977), dirigido por los caleños Carlos Mayolo y Luis Ospina, a través del cual satirizan lo que llamaban ellos pornomiseria, que era el vicio de ciertas producciones de registrar las precariedades de las calles colombianas con el fin de adquirir fama.

Unos años después, en 1995, fue realizada La verdadera historia del cine, con la que se buscaba cuestionar si la invención del cinematógrafo habría sido realmente desarrollada por los hermanos Lumière.

Así que, como recopilación, el falso documental es una crítica –la mayoría de las veces– a lo que llamamos verdadero o real. Es pues otra de las tantas formas que tiene el cine de ponernos los pies sobre la tierra, para dejar de percibir el mundo en piloto automático.

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