Por Maria Alejandra Tangarife Toro | 01/05/2021.
Este es un país de muchas tragedias y pese a ellas está y resiste el arte. Desde el miércoles 28 de abril las calles han soportado multitudes, pese a una pandemia acorraladora, de ciudadanos y ciudadanas que quieren un país más justo.
Algunos medios de comunicación centran su esfuerzo en hacer ver que dichos marchantes roban, vandalizan y dejan estragadas las ciudades; su trabajo comunicativo sesgado y parcializado deslegitima el derecho a la protesta, así como los motivos de los protestantes. Hay hechos de los anteriores que efectivamente ocurren, pero quién y por qué los hacen, es otra discusión. Es mucho más poderoso ver cómo la humanidad resiste a través del arte, ver cómo el arte se toma el poder.
Dentro de las muestras más comunes está la música, cientos de bandas, chirimías, orquestas y jóvenes que aman la música toman como herramienta de protesta instrumentos musicales para animar el paso de las marchas; como en cualquier otro contexto, la música lleva alegría, esa sensación de unidad y de buen humor.
Continuando, están los actos performáticos que encabezan artistas del teatro, amantes del clown y experimentados artistas de las telas. Estas personas, como acto disruptivo generan una escenografía bien pensada pero orgánicamente adaptada al espacio de la marcha: la calle. Así, durante estas jornadas, han resaltado cuerpos pintados de sangre, al lado del número que nos ha dado vueltas por la cabeza y que no debería dejar dormir a quien dio la orden: 6.402. También, colgados de puentes, con posiciones dramáticas y teatrales, se pone de manifiesto los asesinatos de tantas personas que injustamente se han llevado a cabo en Colombia.
Sin embargo, la inevitable relación de nuestra sociedad con la virtualidad y los formatos multimedia, han permitido una protesta artística y cultural no solo en la calle, sino también desde la tecnología y las redes sociales. En Medellín, por ejemplo, el activismo que desde el año pasado viene realizando La Nueva Banda de la Terraza, ha permitido plasmar en muros de la ciudad frases que gritan los flagelos de esta nación.
Este colectivo activista –cuyo nombre incluso es la resignificación del nombre de una banda delincuencial de Medellín– tiene su fuerza en usar proyectores frente a edificios importantes del centro de la ciudad con frases reflexivas y que llaman a la acción, como “Hicimos de la protesta una fiesta en un país dominado por tiranos”, fotografías del presidente y su gabinete con la palabra parásitos o fotografías de líderes y lideresas sociales que impactan positivamente a Colombia. Sus diseños y producciones irrumpen con la frialdad de las fachadas de edificaciones, pero al mismo tiempo en el contenido de sus redes sociales, para que hasta las paredes hablen.
En este orden de ideas, el arte es el medio para decir y mostrar las problemáticas de otras formas, es un manifiesto que despierta sensibilidades, la exaltación de los cinco sentidos para transmitir un mensaje de cambio de consciencia colectiva.
Con todo lo anterior y el contraste entre los medios que hablan de saqueos o medios que hablan de arte; el contraste de ciudadanos que hablan de vandalismo u otros que hablan de ejercer una ciudadanía activa; no debemos caer en el falso dilema de seleccionar un bando bueno y un bando malo, puesto que la sociedad tiene tantos matices como lo que hoy sucede en las protestas más allá de ideales moralistas. Hoy se trata más que nunca de remitirnos al pasado, de revisar la historia y la memoria colectiva desde el punto de vista de los pueblos y comunidades más recónditos e ignorados por las centralidades del país. Se trata de evitar caer en la pseudorealidad que muestran los medios de comunicación y hacer una construcción propia de lo que sucede a través de los matices, los contrastes y los puntos divergentes de vista.