Por Fercales.
Comienzo por explicar qué es para mí una conversación fugaz. Es la que pasa por los medios de mensajería de hoy. Todos los conocemos. Son las conversaciones que se reducen al “sí” o al “no”. Al “hola” y al “todo bien”. Al “listo” y al “ok”. No hay posibilidad de argumentar porque en la fila hay 10 mensajes más. Iguales.
Recientemente, hablando en frases relampagueantes con una persona inteligente, me recordó el discurso de Gabo, en Zacatecas, en el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española, que la prensa llamó “Jubilemos la ortografía” y que despertó una discusión bien buena sobre el verdadero sentido de la proclama del inventor de Macondo. El titulo real fue, “Botella al mar para el dios de las palabras”.
Esculcando la expulsión de sentencias que hizo García Márquez desde lo más profundo de su pensamiento fabricador de palabras, he encontrado lo que para muchos gramáticos y escritores no fue más que un mensaje provocador e incitador y, en muchas ocasiones, interpretado mal. Y lo logró. Varias de las críticas fueron acogidas después por los mandamases del idioma.
En entrevista con Joaquín Estefanía, el padre putativo de los Buendía, el dueño legítimo de la soledad, el mismísimo Nobel, no “muchos años después”, sino tan solo un año más tarde, descifró lo que aquella ocasión había escrito y dicho: “Sería absurdo que los que guardan la virginidad de la lengua estuvieran contra sí mismos. Pero la mayoría parece haber hablado sin conocer el texto completo de mi discurso, sino sólo fragmentos más o menos desfigurados en despachos de agencias».
¿Fragmentos? Sí. ¿Desfigurados? También. Es el trajín veloz de las palabras con tufo periodístico.
Probablemente, el frenesí que causó entre las tendencias anarquistas que anhelarían desbaratar un sistema lingüístico con estructura hizo que las incitaciones del hijo del telegrafista fueran más allá de su semántica.
El creador del realismo mágico, añadió: «Dije que la gramática debería simplificarse, y este verbo, según el Diccionario de la Academia, significa ‘hacer más sencilla, más fácil o menos complicada una cosa’. Pasando por alto el hecho de que esa definición dice tres veces lo mismo, es muy distinto lo que dije que lo que dicen que dije».
En lo atinente a la ortografía, GABO expresó: «Además, mi ortografía me la corrigen los correctores de pruebas. Si fuera un hombre de mala fe diría que ésta es una demostración más de que la gramática no sirve para nada. Sin embargo, la justicia es otra: si cometo pocos errores gramaticales es porque he aprendido a escribir leyendo al derecho y al revés a los autores que inventaron la literatura española y a los que siguen inventándola porque aprendieron con aquellos. No hay otra manera de aprender a escribir».
Como Gabriel García Márquez y Joaquín Estefanía tuvieron tiempo suficiente para conversar, lo que no ocurrió en la fugaz charla del aplicativo, se pudo dilucidar, “muchos días después”, el sentido estricto de la invitación del escritor en el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española, llevado a cabo en Zacatecas y pretexto a la medida de quien, además, es el inventor de la palabra “condoliente”, para nombrar a quienes presentan las condolencias.
Acabo de darme cuenta que me convertí en “condoliente”, pues con esta nota presentó mis condolencias por una muerte que no se ha dado: la del buen lenguaje.
Bogotá, sesentena de 2020. 13 de mayo.
Casi llueve.
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