Sensores “prêt-à-porter”, el invento de una española para medir la polución

DUBLÍN (IRLANDA) 04/10/2020.- Detalle de un sensor en una bicicleta para la recopilación de datos en una fotografía facilitada por Lorena Gordillo. Gordillo, ingeniera industrial de 25 años, ha diseñado una red de sensores móviles de bajo coste para medir la calidad del aire en nuestras urbes a través de la participación ciudadana. Junto a los de otras tres mujeres, su proyecto, al que ha llamado “open-seneca”, ha recibido el premio internacional “Women4Climate Tech Challenge 2020” del grupo C40, que reúne a 96 metrópolis de todo el mundo comprometidas con la reducción de las emisiones contaminantes. EFE SOLO USO EDITORIAL/NO VENTAS/NO ARCHIVO

 

Javier Aja, Dublín, 4 sep (EFE).- Todo ciudadano es un científico voluntario en potencia al que solo hay que darle las herramientas adecuadas para que se convierta también en un activista medioambiental.

Eso es exactamente lo que ha hecho la española Lorena Gordillo Dagallier al diseñar una red de sensores móviles de bajo coste para medir la calidad del aire en nuestras urbes a través de la participación ciudadana.

Junto a los de otras tres mujeres, su proyecto, al que ha llamado “open-seneca”, ha recibido el premio internacional “Women4Climate Tech Challenge 2020” del grupo C40, que reúne a 96 metrópolis de todo el mundo comprometidas con la reducción de las emisiones contaminantes.

Gordillo, ingeniera industrial de 25 años, reconoce que, hasta hace poco, ella misma no se tomaba la lucha contra el cambio climático como una cuestión personal y que le faltaba “motivación” para tomar cartas en el asunto.

No obstante, su giro hacia el ecologismo práctico comienza en la Universidad de Cambridge (Reino Unido), donde está realizando un doctorado sobre biosensores.

“Hemos diseñado un sensor que es pequeño, barato y que la gente lo puede llevar en las bicicletas o con ellos mismos mientras van andando o viajando en cualquier medio de transporte por la ciudad”, explica a EFE la joven científica madrileña.

De momento, dice, es “más grande de lo que nos gustaría”. Lo describe como una “pequeña caja eléctrica a prueba de polvo y agua” con unas dimensiones de unos quince por diez centímetros y un peso de en torno a 500 gramos.

 

EN BICICLETA O A PIE

Otros investigadores, apunta, ya están tratando de desarrollar sensores en chips, de manera que en el futuro se puedan instalar, por ejemplo, en dispositivos móviles, pero, de momento esos sensores deben montarse en bicicletas o llevarlos encima.

Por eso, considera esencial mantener la motivación del “voluntario” y animar a otros a que se involucren en “la toma de datos”, en lo que “llamamos ciencia ciudadana”.

“Hemos trabajado primero con grupos específicos, como ciclistas o empresas de entrega de paquetes, ya que los primeros están concienciados y los segundos se mueven mucho por la ciudad y permiten mapear la ciudad más rápido y en detalle”, dice.

Con esas bases, el “open-seneca” ha funcionado con éxito como programa piloto en Buenos Aires (Argentina) y Nairobi (Kenia), de ahí que los alcaldes de Estocolmo y Lisboa, integrantes del C40, lo eligiesen este año como uno de los proyectos ganadores.

Con los 25.000 euros del premio, Gordillo podrá implantar una amplia red de sensores móviles en esas dos ciudades europeas, donde sus propios ciudadanos medirán contaminantes como el monóxido de Carbono (CO), óxidos de nitrógeno totales (NOx), dióxido nitrógeno (NO2) o dióxido de carbono (CO2).

“El sensor -expone- mide cada segundo y transmite la información a una plataforma. Cada persona que lo lleva puede ver su ruta, como en los itinerarios de Strava o Google Maps. Puede ver su camino y qué partes están más contaminadas, cuales menos y en qué intersecciones. Pueden ver directamente a qué han estado expuestos en cada uno de sus trayectos”.

 

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A MÁS USUARIOS, MÁS FIABLE

Evidentemente, la fiabilidad de esta red móvil mejora con el aumento de voluntarios.

“Cuando hay suficientes usuarios con el sensor en una ciudad, podemos hacer que esos datos sean anónimos para preservar la privacidad y generar después un mapa en el que se ven las zonas con mayor contaminación, los puntos calientes”, señala Gordillo.

La colectividad también afina la verificación de datos, ya que si un alto número de activistas detecta los mismos niveles en un punto determinado, eso significa que “hay un problema general, no aislado”, como sería el caso si, por ejemplo, “alguien estaba en ese momento detrás de un camión”, precisa la experta.

En este sentido, Gordillo destaca que las experiencias de Buenos Aires y Nairobi han demostrado que los sensores son “coherentes unos con otros” y que sus datos suelen coincidir con los recabados por las “estaciones de referencia” tradicionales.

“No pretendemos dar niveles absolutos para determinar si la contaminación está por encima del límite regulatorio, sino que aportan valores relativos, detectando si en una calle hay más polución que en otra. Pero hemos demostrado que se pueden usar sensores de bajo coste para ello y que éstos dan la misma información que una estación de referencia”, añade Gordillo.

El concepto de bajo coste es también clave, pues recuerda que muchos países en vías de desarrollo no pueden permitirse tener en cada gran ciudad una estación de referencia con personal.

El “open-seneca”, celebra, no solo aporta mano de obra voluntaria, sino que también “crea lazos entre la ciudad y una ciudadanía” que, cuando tiene información, se “involucra en la búsqueda de soluciones”. EFE
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