Por Fernando Calderón España.
Están vendiendo el odio que siempre ha habido entre las clases dominantes, para que baje a toda la sociedad colombiana.
El odio que enfrentaron a los generales de la independencia colombiana que representaron ideas encontradas en el manejo del Estado y de sus beneficios ha mutado de generación en generación en las castas políticas económicas y sociales.
Los escritores de la oficialidad derraman ríos de tinta escribiendo sobre un odio de clases que en Colombia no existe. Y con muchos acólitos que han ascendido en la escalera social meciendo el incienciario.
Salga a la calle y compruébele: hay un pueblo que sólo quiere trabajar para mantener a la familia y defenderse de los embates de la naturaleza.
Si esas castas que se odian no pactan una paz entre ellos mismos, las revueltas no se disiparán.
Si las castas no calman sus guerras por la supremacía no habrá educación universal, salud integral y progreso caminando. Y la rebeldía encontrará más calles.
Si los nuevos opinadores, muchos hijos de funcionarios públicos, de miembros de la fuerza policial y militar, de maestros, y hasta de más abajo como zapateros, carpinteros, operarios de maquinaria, albañiles, vigilantes escribieran desde la sensatez de su conciencia y no desde su arribismo fabricado con la mentira a crédito de sus éxitos, contribuirían a creencias más benignas para la sociedad colombiana.
Entre los miembros de las clases media y baja no nos odiamos.
Aquí hay integrantes de muchas confesiones que pregonan la caridad humana, la solidaridad, el amor.
Y esas creencias, aunque adosadas de hipocresía, no dan cabida al odio.
Salga a la calle y compruébelo.