Fernando José Calderón España.
En Colombia los partidos políticos son unipersonales.
Se inflaron de nuevo, sus dueños, cuando la decepción hizo que los desertores regresaran a las huestes antiguas, azules y rojas.
Por eso, de pisar los umbrales de la desaparición, se recuperaron de la inanición y con un poco de alimento tienen una lánguida fuerza de sobreviviente que les alcanza para asustar. Uno no sabe si abren la boca para seguir comiendo o para mostrar que sí tienen dientes para masticar.
Los partidos, convertidos en clubes de amigos, unos; y otros, en refugios de la dispersión o en prisiones para castigados por su propio invento, buscan o aceptan el abrazo del oso o la caricia del tigre para protegerse del tornado que los arrasaría con todos, incluidos, oso, tigre y protegidos.
Queda un recurso que, además, es cinematográfico. Cuando “el muerto aún no ha muerto” y el espectador “cree que está muerto”, se levanta la mano que empuña el arma y dispara.
Morir es un verbo unipersonal. Pero hay que estar muy atentos a la mano.