Por Jesser Santiago Grass.
A propósito de la controversia electoral estadounidense: la excesiva atención puesta por parte de los medios y redes locales de comunicación sobre las dinámicas de la política estadounidense, en el contexto de las recientes elecciones presidenciales, ha permitido evidenciar un hecho particular que es el voto y apoyo “Latino” hacia lo que representa Donald Trump y su ideología. El fenómeno es simple: hay personas de la denominada comunidad Latina que no sólo cuentan con una nacionalidad estadounidense y se identifican a sí mismos como estadounidenses, sino que además actúan como partidarios del llamado “sueño americano” y de la campaña nacionalista de “make America great again”. Lo que estas personas ignoran es que aunque se identifiquen como ciudadanos estadounidenses, sus pares connacionales no actúan ni responden de la misma manera frente a ellos. La cultura estadounidense es especialista en racionalizar la segregación.
Los estadounidenses, que se autodenominan como un continente entero en el que históricamente son unos inmigrantes más, tienen serios problemas en acoger y convivir con lo que conciben como “diferentes a ellos”. Sólo se tiene que ver la manera egocentrista en la que se identifican para darse cuenta de que algo no anda bien por su cabeza, cualquiera con dos dedos de frente y nivel básico de educación se da cuenta de que América no es un país. Pero, en lo que a ellos respecta, sólo cuentan, sólo existen ellos.
Les importan tan poco los demás que lo único que saben de sus vecinos “Latinos” es que adoran la comida mexicana, que son morenos y que son subdesarrollados muy graciosos y buenas personas. Durante sus siglos de existencia ni siquiera se han tomado el trabajo de conocer realmente a sus vecinos. Sólo hay que ver el estereotipo de cualquier extranjero que difunden por sus medios de comunicación y de entretenimiento para saber lo que piensan de los demás.
La segregación es un aspecto que trasciende más allá de la inmigración. Ejemplo claro de ello es el fenómeno palpable de racismo en los EEUU, siglos después de la abolición de la esclavitud se sigue haciendo la separación categórica y normalizada de “comunidad negra” y “comunidad blanca”. Se justifica la separación bajo el pretexto de que son poblaciones americanas con características socioeconómicas distintas ignorando que esta diferencia es causada por una acumulación histórica de segregación.
Si, hay negros que desde el contexto individual no se consideran víctimas del racismo, y por sus capacidades han sido merecedores de logros, éxitos y reconocimientos por parte de todos los estadounidenses. Pero, cuando se resalta que Barack Obama es importante por ser el primer presidente negro de los EEUU, se le sigue dando importancia al asunto, ergo, se sigue segregando. Cuando se hace moralmente mandatorio que en aras de “combatir el racismo” todas las piezas de publicidad y producciones de entretenimiento deban en alguna medida “incluir a un negro” dentro de sus protagonistas, es un acto paradójico de segregación. Ya lo decía el lúcido Morgan Freeman en una entrevista: “Si quieres superar el racismo, sólo deja de hablar de ello”.
Cuando analizamos el origen cultural de los EEUU es fácil encontrar algunas explicaciones históricas de lo que son como sociedad. En buena parte fueron un país fundado por puritanos intolerantes, unas personas extremadamente religiosas que a pesar de su fe y vocación no aprendieron la lección más valiosa de la biblia: “amar al otro como a sí mismo”. Su intolerancia de lo diferente, su incapacidad de comprender e identificar al otro como un igual, junto a su incapacidad de imponerse por la fuerza los obligó a salir de una Inglaterra demasiado “Católica” y buscar un nuevo sitio en donde buscarían desarrollar su modo ideal para vivir.
Al arribar al nuevo continente se dieron cuenta de que no estaban solos, y antes que decidirse por las libertades, la convivencia, el amor y el respeto por las diferencias que tanto pregonan en sus leyes y creencias, tomaron cuanto quisieron de sus vulnerables anfitriones, incluyendo sus vidas. La llegada de los seguidores del evangelio a Norteamérica significó para las tribus aborígenes su exterminio antes que su salvación. Ese es el grado de intolerancia que tienen con sus diferentes, y lo más paradójico es que esa tendencia muy seguramente se vió fortalecida por la idea de ser “los elegidos”, “los hijos de Dios” y los únicos con “la verdad absoluta” con la misión de cambiar el mundo para hacerlo vivir y pensar de la única manera concebible: la propia. Esa condición de especialidad les otorgó el derecho de hacer cuanto querían con los demás. Una forma de pensar y actuar que aún se mantiene hasta nuestros días, ellos siguen siendo “los salvadores del mundo” y la forma de vivir “americana” es la única manera concebible para vivir.
Para nadie es ajeno que la riqueza y poderío estadounidense no sería una realidad si no hubiesen existido algunos elementos históricos de explotación de otras culturas o naciones: comenzaron adueñándose del territorio aborigen, continuaron con el robo de las reservas petroleras mexicanas, la explotación masiva de esclavos, la intervención conveniente en las guerras mundiales, y el establecimiento de relaciones económicas y políticas de dependencia para sus pares vecinos durante la guerra fría y hasta la actualidad. Como todo imperio, se hizo fuerte capitalizando y aumentando su poder a través del sometimiento de los débiles. Así expresaron su herencia conquistadora inglesa, un comportamiento que contradice totalmente la enseñanza de “vender todo lo que tienes para dárselo a los pobres”.
Existe otro elemento fundamental para entender la cultura y riqueza estadounidense: el capitalismo. Un sistema económico egoísta por naturaleza que se vió muy bien recepcionado y fortalecido por una cultura profundamente egoísta como la estadounidense. De modo que estos elementos se potencializaron en una fuerte sinergia haciendo de este país el más exitoso de todos en cuanto a la implementación y práctica del capitalismo, y del egoísmo: sólo el más egoísta puede ser el más capitalista. Considerar de alguna manera los problemas del otro resulta siendo denominado como “comunismo”, el demonio del capitalista en realidad es “el otro” que reclama unas condiciones de juego diferentes. En algún momento, el capitalismo reemplazó al cristianismo como punta de lanza de la identidad egoísta estadounidense, pues en ocasiones, algunos hacían evidente la contradicción existente entre lo que se pregonaba y lo que se estaba haciendo, el capitalismo eliminó ese problema de falta de coherencia ideológica.
Producto de todo lo anterior se tiene una nación que constantemente busca mostrar lo que no es. Los EEUU son el país mojigato y egoísta por antonomasia. Tenemos aquí a una nación de características históricas profundamente egoístas y segregantes; quizá sus formas y niveles de expresión han cambiado, pero siguen ahí.
Los EEUU también han sido exitosos en publicitar e imponer a los otros sus maneras de pensar y su cultura. Es bien conocida la gran influencia de la cultura estadounidense en al menos lo que se conoce como mundo occidental, esto sin sumar la enorme y determinante influencia política que EEUU ejerce sobre las naciones vecinas del continente. En las naciones americanas se ha implantado con gran éxito la idea de del egoísmo capitalista, una idea en la que lo importante es buscar y mantener el bienestar propio, de ahí que las sociedades de estos países se comienzan a caracterizar en que quien alcanza mejores condiciones puede llegar a creerse mejor y superior a los demás, olvida las raíces de sus orígenes y las de su estirpe, olvida que una vez hizo parte de esos “otros” y desea identificarse y ser identificado como alguien de mejor “nivel social”.
Así que bien, de ahí puede entenderse que un inmigrante con nacionalidad estadounidense y con una posición de privilegio con respecto a muchos de sus pares prefiera identificarse con ideologías que hacen daño únicamente a quienes no son estrictamente ellos. El problema es que al olvidar sus raíces no sólo abandona a sus iguales y a lo que un día fue o fueron los de su estirpe, sino que se autodenomina como parte de un grupo al que no ha sido invitado, y en el que tampoco es bienvenido. La invitación a estas personas es a que abandonen la mojigatería del egoísmo.