Héctor Pereira, Caracas, 19 nov (EFE).- Una abogada de Venezuela hizo historia en 2015 al convertirse en la primera mujer transexual de toda América que ganaba un escaño como diputada. Un quinquenio después, las personas transgénero siguen sin derechos en este país, cuya crisis económica, además, vulnera a esta minoría de manera diferenciada.
Quien es transexual en Venezuela tiene menos derechos que el resto de ciudadanos. Es decir, cualquier venezolano que esté hoy en pobreza extrema, agobiado por las fallas en los servicios públicos o devengando un salario de menos de un dólar al mes está en mejores circunstancias que el colectivo T de las siglas LGBTI.
Esto lo sabe Tamara Adrián, la legisladora que saltó a la fama hace cinco años y que hoy cree que su presencia en el Parlamento de Venezuela solo ha aportado visibilidad a la causa, sin ningún avance en materia de igualdad ante la ley. “Todavía no hay ningún derecho”, admite en una entrevista con Efe.
La activista de 66 años asegura que el conjunto de personas transgénero constituye “la minoría más excluida desde el punto de vista social, cultural y educativo en Venezuela”, donde no tienen permitido cambiar sus documentos de identidad y les resulta casi imposible conseguir empleos calificados.
UNA MUJER TRANS ES UNA MUJER
Adrián fue agregada en la lista de mujeres que aspiraban a un escaño en las elecciones de 2015 aun cuando su identidad legal dice que se llama Tomás. En 2004 introdujo una demanda ante el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) para conseguir el cambio de nombre, acorde a su género, y todavía no ha recibido respuesta.
Su caso, explica, es un ejemplo del atraso que vive Venezuela en esta materia desde 1999, cuando se instauró la llamada revolución bolivariana. En los últimos 20 años del siglo pasado hubo cerca de 150 reconocimientos de identidad en el país y en lo que va de milenio, subraya, ninguno.
Bajo esa “transfobia de Estado”, prosigue, ha sido imposible avanzar. Por eso, el balance que ella misma hace de este quinquenio es tan “esperanzador” como “frustrante”, pues Suramérica se ha abierto camino hacia la igualdad pero se han quedado atrás Perú, Paraguay y Venezuela, “que no se parece” a sus pares de la región.
Desde la Asamblea Nacional (AN, Parlamento), Adrián propuso una reforma parcial a la Ley de registro civil con la que pretendía modernizar un estatuto “arcaico” e incluir conceptos que permitieran la inclusión de las personas LGBTI. Nada pudo concretarse.
Justamente en el último quinquenio, Venezuela entró en su peor crisis económica, social y política, en medio de la cual el TSJ declaró que todos los actos de la AN eran nulos, incluyendo la sesión en que declararon un “Día contra la Homofobia y Transfobia”, la única vez que la igualdad parecía haber ganado en la Cámara.
UN HOMBRE TRANS ES UN HOMBRE
Sam, un hombre trans de 45 años, dice que su petición al Estado venezolano es simple, que lo reconozcan legalmente por el género con el que se identifica, que el nombre que él escogió esté plasmado en sus documentos.
La simpleza de su requerimiento se antoja utópica en un país que, en cambio, lo somete al escarnio cada vez que presenta su identificación legal en un supermercado, entidad bancaria, aeropuerto o control policial.
Por su identidad de género, Sam ha recibido más noes de los que pueda recordar en entrevistas de trabajo. Aunque es publicista y trabajó casi 20 años en campos relacionados, una vez que comenzó su transición en 2012 no pudo mantenerse en el mercado y desde entonces ha hecho casi cualquier oficio para sobrevivir.
Otro joven trans, que pidió permanecer en el anonimato, contó a Efe que fue detenido este año por usurpación de identidad, un delito que prácticamente se vio obligado a cometer para conseguir trabajo en el transporte terrestre, donde presentó un documento forzado hasta que fue abordado por agentes que custodian las vías públicas.
Ejemplos de discriminación abundan y, sin embargo, Sam se cree afortunado hasta cierto punto pues, además de tener la felicidad de poder ser quien realmente es, dice que las mujeres trans lo tienen doblemente difícil en el país, que las empuja casi exclusivamente a la prostitución.
UNA PERSONA TRANS ES UNA PERSONA
“Esas son las consecuencias (…) de no reconocer la identidad de las personas trans, exponiéndolas a este tipo de situaciones, a no poder encontrar un trabajo digno, a no poder estudiar, a no poder viajar, a cualquier otra cosa”, reclama Adrián.
Los venezolanos, concentrados con todo su ímpetu en sobrevivir a la crisis nacional, no han podido “hablar de los problemas del siglo XXI”, como la interrupción voluntaria del embarazo, la eutanasia y la igualdad LGBTI, o al menos así lo cree la diputada.
Con estimaciones que hablan de un 96 % de pobreza y con un PIB que lleva seis años de contracción “es muy difícil” plantear el debate, pues los ciudadanos están dedicados a la tarea de sobrevivir, una batalla que las personas trans libran con menos armas aún.
“No se ha hablado del tema y, entonces, cuando no se habla del tema la gente no tiene conciencia. Lo que es invisible, sigue siendo invisible”, apostilla la legisladora.
Y en ese intento por abrir los ojos ante lo evidente, destaca la alegría de Sam por haber conseguido una licencia de conducir en la que pudo usar una foto reciente y ser identificado como “masculino”. El nombre sigue siendo el que le asignaron al nacer pero esta pequeña conquista ha insuflado su lucha.
Este drama que viven los 365 días del año se acentúa cada 20 de noviembre, Día Internacional de la Memoria Transexual, en el que los peores recuerdos y experiencias se agolpan en sus mentes, pero sin dejar de pensar en dar continuidad a una lucha justa. EFE
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