Cynthia de Benito, Cascais (Portugal), 23 may (EFE).- “Antes de entrar estuve mirando desde el paseo si había mucha gente y, como no había mucha, bajé”, dice Miguel, uno de los miles de portugueses que se animan a volver a la playa, sin olvidar que lo hace en medio de una pandemia. Sus toallas delimitan hoy un nuevo tipo de aislamiento.
Aunque la temporada de baño no arranca oficialmente hasta el 6 de junio, los portugueses pueden ya pisar la arena en esta fase de la desescalada, la segunda de un total de tres, e incluso practicar deportes acuáticos como el surf, un clásico en el país.
Enterarse esta semana de que podían hacerlo ha sido toda una sorpresa, dado que muchos pensaban que habría que esperar a que comenzase la temporada de baño.
Pero, una vez aclarado que sí era posible, este sábado ha generado gran expectación, sobre todo cuando este fin de semana se vive una ola de calor, con los termómetros rondando los 30 grados en buena parte del país.
Y en esta especie de apertura extraoficial se ha demostrado lo que se esperaba: hay muchas ganas de playa, pero también bastante prudencia entre los bañistas, que se han asegurado de separar bien las toallas, convertidas en nuevos núcleos de aislamiento.
Guardar la distancia de seguridad es el primer requisito imprescindible, en un país con 1.302 muertes y más de 30.400 infectados por coronavirus. Así lo advierten los enormes carteles situados en el paseo marítimo de Carcavelos, a unos 17 kilómetros de Lisboa.
Hay indicaciones destinadas al paseo marítimo, en el que se puede hacer de casi todo salvo ir en bicicleta, y otras para la zona de arena.
No obstante, las normas se irán ampliando en las próximas semanas, ya durante la temporada oficial de baño, en la que será preceptivo el uso de una app para conocer el aforo de la zona a la que se desee acudir.
Pero de momento en Carcavelos, en el término municipal de Cascais, la distancia se mantiene. Incluso en una clase de surf en la orilla, donde un grupo de chavales, muy separados, escucha atentamente al instructor, mientras, alejadas y mirándoles de soslayo, los sortean decenas de personas que pasean.
“Cuando está la marea baja, como hoy, es mucho más fácil guardar las distancias”, comenta a Efe António, un vecino de la zona que da un paseo durante la mañana.
António asegura que está “tranquilo” y cree que hay suficiente seguridad en la playa, donde las señales más patentes de la nueva normalidad impuesta por el coronavirus son las mascarillas que llevan los camareros en las terrazas y la distancia anormal entre toallas.
En una de ellas está Miguel, quien declara a Efe que ha visto cómo estaba la playa antes de entrar para asegurarse de que no estaba repleta.
“He traído en la mochila mascarillas, algún gel, pero nada más. Solo tener distancia. Llevo menos de una hora y estoy tranquilo, pero tampoco me voy a quedar mucho más”, afirma.
Mientras tanto, en el paseo marítimo los trabajadores de las terrazas tratan de atraer clientes y, una vez conseguido este objetivo, sentarlos lo más alejados posible unos de otros, en medio del trasiego de quienes caminan tranquilamente o hacen deporte.
Y entre ellos, algunos voluntarios del Ayuntamiento que, con mascarillas y gorras azules, resuelven dudas.
“Por ejemplo, remarcamos mucho que no se puede ir en bicicleta o que las duchas son seguras”, explica Emma, una de las voluntarias.
También llaman la atención las conversaciones. Todas en portugués.
Marcos Anastácio, gerente de la escuela de surf Angels, la más antigua de Carcavelos, se ha dado cuenta de ello.
“Ha habido un cambio completo. Si comparamos (con el verano pasado), ahora estamos teniendo más alumnos portugueses”, manifiesta a Efe.
Anastácio regenta un negocio que normalmente empleaba entre quince y veinte personas. Hoy son apenas cinco, ante el menor flujo de trabajo, que se centra ahora en clases para niños.
Aunque espera remontar en junio, echa en falta a los extranjeros, principales clientes a la hora de alquilar tablas.
Pese a la compleja situación, es optimista.
“Yo estoy contento ya con tener un verano y poder trabajar” porque “hay que reconstruir”, dice con una sonrisa resignada.
A su lado pasa un vendedor ambulante de pañuelos, sonriente, como si no hubiese pandemia.
Pero, a partir del 6 de junio, el coronavirus le demostrará que existe y le obligará a ofrecer sus productos con mascarilla. EFE
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