La influencia de la música clásica en el cine

Fotografía de Sam Moqadam en Unsplash

Por Maria Alejandra Tangarife Toro | 19/03/2021.
En 1824, cuando Ludwig Van Beethoven estaba componiendo su Novena sinfonía, jamás pensó que más de cien años después esta acompañaría escenas de La naranja mecánica. El Aire en sol mayor de Bach viajó por miles de oídos, para que, en la película Enter the void Gaspar Noé y su equipo de diseño sonoro, escogieran agregarla en ese viaje psicodélico por Tokio.

La oralidad y los sonidos son unas de las formas más antiguas de contar historias y estas no podían quedarse por fuera del séptimo arte. La imagen y el sonido siempre han sido una dupla fundamental para las personas en el proceso de disfrutar e introyectar una trama. Sin embargo, solo se emparejaron hasta 1927, cuando se rodó The jazz singer, la primera película con sonido sincronizado.

Por supuesto, desde antes ya había otras maneras de disfrutar de la música en las películas. Los ritmos, tonalidades y matices emitidos por orquestas de música clásica acompañaban las películas reproducidas en los teatros a través de una orquesta de foso, que toma ese nombre por el lugar bajo la tarima que ocupaban los músicos para interpretar piezas preparadas para reforzar las emociones en el público.

Así, viajando a través de los años la música clásica ha hecho que, por una parte, algunos directores plasmen la vida y obra de grandes músicos y, por otra, que los diseñadores sonoros de las producciones se dejen seducir por las obras hechas hace ya muchos siglos para incluirlas en narraciones actuales.

Una de las producciones sobre músicos que hicieron historia es Amadeus (1984), esta refleja la genialidad de Mozart y la rivalidad que Salieri sostenía con él; la película fue ampliamente premiada, entre estos, 8 Oscars. Otra de este tipo es Mi nombre es Bach, que fue realizada en el 2003 y explora la música de este artista y también su relación con la realeza de su época.

Por otra parte, dentro del universo sonoro de películas que acuden a los sonidos clásicos, está Manchester frente al mar, el introspectivo drama que en 2016 ganó al mejor guion original. No pudo haber otra pieza musical como el Adagio de Tomaso Albinoni que agregara la atmósfera de tristeza en la que se desenvuelve la película. Continuando, en usos más generalizados, Tocata y fuga de Bach ha sido utilizada innumerables veces para dar paso a castillos embrujados o películas sobre vampiros; El cascanueces de Tchaikovsky inunda escenas sobre bailes de la realeza; o las Cuatro estaciones de Antonio Vivaldi se acomodan a los momentos más inspiradores de las historias de la pantalla grande.

Esos pequeños ejemplos son la muestra de que las elaboradas composiciones de las piezas en la música clásica conforman las atmósferas más adecuadas para transmitir cada sentimiento, cada contexto, cada lugar y cada personalidad de una película. Los acordes, los modos mayores y menores que fueron primero tocados por Tchaikovsky, Chopin, Vivaldi, Beethoven y tantos otros han trascendido las épocas viajando a oídos de otros artistas, esta vez de las artes visuales, y lo seguirán haciendo.

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