Fercales, analista

Por Fernando Calderón España

Uno se imagina a alguien que dirige la investigación criminal y la acción penal pública con una aureola magistral, con un andar tranquilo, con un hablar pausado y desprovisto de cualquier angustia en torno de su existencia material y espiritual.

Uno se imagina a alguien que investiga y acusa a presuntos involucrados en conductas contempladas en la ley como antisociales, con la caracterización magistral del lado vidente de la justicia, que con su lupa investigadora deja en manos de la invidente portadora de la balanza la sentencia al culpable.

Pero, lo que uno se imagina casi nunca se representa en la realidad.

Es el rastro de lo que, en la historia de Colombia, han dejado más de 100 presidentes; el rastro de lo que pudo ser y nunca fue. Irrealismo, este si, mágico.

Esa imaginación de inocente ciudadano de la mayoría de los cándidos colombianos está interrumpiéndose de nuevo.

Hoy el fiscal, que en Chile también es el seglar que cuida una capilla rural, sube al púlpito y arenga al populacho, le dice que sería una vergüenza si cree que tiene que cuidarse del enemigo invisible que, aparte de ser letal, no sabe a quién se lleva para siempre cuál delincuente en huida asesina.

Y esa palabra usada, “vergüenza”, es un término eminentemente político.

Es usado para que el pecador, en este caso el elector, se ruborice y así entregue su conciencia a merced del grito ensordecedor del inquisidor oficial.

Uno se imagina que ese grito opositor a cualquier nuevo aislamiento es el primero de una larga campaña proselitista.
Ya cuenta con el poder acusador.

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