
Por: Laila Libbos
Recuerdo que, en mi niñez durante las vacaciones, visitaba a mi abuela, quien vivía en una montaña, por lo cual yo gozaba, que además de divertirme, me instruía escuchando sus versos.
Algo que me quedo grabado para siempre, fue una espectacular experiencia en las tertulias a las que cada 8 días asistíamos en un recinto muy cercano a su casa, donde además de degustar un buen café, nos deleitábamos con mucha poesía y literatura, ese acto era mixto y muy concurrido, al que iban vecinos del sector, amantes de la esa sanas costumbres, como único requisito para los asistentes era que como mínimo debería saber entre cuatro o cinco versos, o algún trozo de un soneto, esto con el fin de que cada uno pudiera exponer sus respectivas actitudes, lo más curioso e increíble, era que los participantes en su mayoría, eran analfabetas y lo hacían de una forma innato.