Por: Laila Libbos
Quiero hablar sobre este tema, que nos concierne a todos que, aunque aún no lo estoy viviendo, para mí es muy importante y debemos estar preparados para afrontarlo.
Desde el momento en que hagamos parte de esa población, tenemos la edad de la memoria, ya que nuestra edad está de acuerdo a las experiencias vividas, más no por los años acumulados.
Llegamos a un punto en que somos de poco dormir, pero de mucho pensar, estamos muy pendiente de todo, descubrimos todo lo que sentimos, nuestro estado de ánimo muy alerta y lo mejor, es la concientización en el tema sobre la muerte.
Se llega a la ancianidad por los años, meses, días, horas, minutos y segundos vividos, pero ninguno pasa en vano y se cree que tan solo el alma envejece con el tiempo.
Es imposible esconder el desgaste corporal, pero los recuerdos nos lastiman, ya que en la vida pululan los excesos y generalmente son nefastos, pero hay que saber darles un buen manejo para lograr un buen final.
No hay que negar el dolor, de hecho, el dolor se vive desde la niñez e invade el coraje, tampoco hay que ocultar la realidad para saber vivir, ya que saber vivir es también aprender a convivir con la realidad y al finalizar el vuelo, es donde se vive la realidad, por lo tanto, lo mejor para quien no sabe aterrizar, es que no vuele.
La cercanía a la muerte, debe tomarse con calma y con la firmeza del buen conductor que debe está muy preparado para la llegada, que entiende, que por mucho que esté cerca y que la intrepidez lo fortifique en el último minuto, ese viaje no acaba antes, es solamente al final, a donde se logra llegar, cuando se ha surcado con conocimiento, se apaga sin remordimiento, está lleno de satisfacción y la dicha del deber cumplido, esa es la realidad de la tercera edad.