Entre los dedos

Por Fernando Calderón España.

Nunca hice lo que yo hubiera querido hacer porque nunca supe lo que quería ser.

Cuando encontré la voz en un pequeño tumulto de aspiraciones sentí que me había salvado.

Con el tiempo la cabina de radio se convirtió en mi casa, en mi juego, en mi comida, en mi cama, mi almohada, mi cobija, también, en mi tormento. Me perturbaba pensar que alguien me sacaría algún día. Perder todo eso agobia a cualquiera.

Más tarde, me alarmaba la idea de quedarme fuera de esa cabina porque tendríamos que salir, no solo yo, sino tres. De un momento a otro me había triplicado.

Aunque sentía miedo, me acerqué con facilidad al alcohol. Se me quitó un poco el temor, al menos mientras lo elegía. Después llegaba el arrepentimiento y la incertidumbre de no estar seguro, lo que de seguro había ocurrido en el medio de la botella.

Siempre recibí la mano de alguien que me puso la suerte.

Parodiando a de Greiff, jugué mi vida, cambié mi vida, pero de todas maneras no la llevé perdida.

Con el tiempo logré saber lo que quería hacer.

Hoy hago lo que supe que tendría que hacer. Aunque suene igual, es una suerte haberlo sabido y hacerlo conocido.

Y también tengo la sensación de que me salvé.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *