Por: Rafael Chavarro M.
Galileo Galilei ha iniciado el viaje a través del tiempo.
Su idea, esa explosión precoz y genial del cerebro temprano, disparó la curiosidad del colonizador humano, solitario en el cosmos, a cotas inimaginables que ya nunca más cesaron de ascender en la búsqueda ansiosa de inteligencias pares.
Un vidrio elaborado con perspicacia, un sueño magnificado hasta extremos misteriosos, una paciencia necesaria a esas esperas fascinantes y mucho de insensatez inexplicable conducen al hombre a uno de los logros más impactantes para la curiosidad humana.
Y devela para un ser humano ebrio de soberbia, la belleza trascendental de un universo desconocido y mal interpretado que al abrirse para nosotros abre también las compuertas para la revolución científica que da sustento a nuestro origen y una razón celestial a nuestra existencia.
Probablemente entonces la magnitud de lo descubierto nos transfiguró y enseñando las dimensiones inabarcables de ese universo nos proporcionó la primera gran lección de humildad inherente al verdadero hacedor de descubrimientos, al científico expectante y curioso en que, representando a las generaciones futuras, se convirtió este sorprendente italiano.
No nos es dado hoy, tan distantes en la historia, hacernos una dimensión comprensible de lo que pudo haber significado la visión del contorno inmediato del sistema solar en la mente de ese hombre y de los hombres de su tiempo. Quizás fue un momento conmovedor y alucinante que debió hacer trepidar las débiles estructuras de conocimiento que nos sostenían entonces. Quizás fue el primer gran gemido que lanzó el humano solitario ansioso de conocer.
Las cosas apenas empezaban a esbozarse y el esquema en borrador de ese hombre épico que – viendo entonces la luna ha llegado ya a buscarla y que mañana trascenderá las limitaciones físicas de hoy – estaba ya naciendo.
Galileo sufre de soledad intelectual en un mundo apenas aspirando al conocimiento.
Galileo sufre incomprensión conceptual e ideológica en un mundo férreamente controlado por designios religiosos limitantes.
Galileo adolece de carencias técnicas mayúsculas en un mundo que, a edad tan temprana, no ha iniciado aún la aplicación industrializada.
La dimensión del impulso que condujo a la conceptualización y el diseño del telescopio es colosal: lo vence todo y lo logra todo en esa búsqueda histórica incomprensible a esta distancia nuestra, que lleva a la ciencia cosmológica de hoy a desarrollar sus estudios con mas vuelo y agudeza, pero dentro del esquema original que Galileo y otros como él intuyeron e iniciaron.
Pero más allá del logro práctico inmediato y futuro del telescopio, Galileo aplica en su dimensión científica una actitud de rebelión conceptual que libera al incipiente conocimiento. Sometiéndolo todo al análisis y la comprobación, dotará a la civilización naciente de las respuestas sociales y políticas inspiradoras y dialécticas que insinuarán y harán posible su avance, tortuoso y difícil a través de la historia, pero seguro y majestuoso como logro cerebral de nuestra civilización.
El telescopio como instrumento de manufactura humana, con su fascinante recurso de ampliación de nuestra apreciación de aspectos lejanos produce en nuestro pensamiento un reflejo par, una respuesta gemela, un telescopio intelectual con mucho menos limitación que el original físico-mecánico y con perspectivas verdaderamente ilimitadas que hoy, a cuatrocientos años de distancia de su concepción, nos lleva a grandes velocidades por esa autopista del conocimiento que cada vez nos deslumbra con mayor impacto.
Pero el papel trascendental que habría de asumir ese hombre impresionante e imprevisto para esos momentos de la historia no fue simple y más bien implicó una dolorosa trayectoria humana que terminó doblegando a ese espíritu superior y sometiéndole a un sufrimiento y a unos castigos que tampoco podemos entrever y menos aún comprender transcurridos estos alucinantes cuatro siglos.
Galileo Galilei, partiendo de un instrumento elemental de muy pocos aumentos y con tan solo unas referencias generales conocidas epistolarmente, rediseña el telescopio jugando con espejos y conceptos, obligando a la luz a nuevos recorridos y ordenando a la refracción asumir sus extraños cometidos. Ni el éxito es inmediato, ni el camino iniciado le será feliz.
Pero evidentemente la lámpara de Aladino ha sido convocada y el descubrimiento luminoso de nuestro sistema solar con sus implicaciones sorprendentes de planetas y anillos, de lunas y distancias, de dimensiones estrambóticas y de un sol gigantesco de manchas inexplicables y sin tiempos ni edades previsibles conmueve al desprevenido ser humano que renunciando apresuradamente a los dioses y designios que protegían su ignorancia, debe asumir el largo y prometedor camino de intérprete azorado de ese mundo recién apareciendo.
Geocentrismo y heliocentrismo, conceptos ahora tan a mano, dividen abruptamente al mundo de entonces en bandos que chocaron con estruendo defendiendo posturas que se vienen a pique e imponiendo novedades asombrosas que se cuelan a través de ese tubo milagroso que le extrae a la luz sus tremendos secretos.
Galileo recorre la academia entre Pisa y Florencia afrontando pobreza, pero retando a la ciencia. Todo es conmoción y recelo. Los Papas y los nobles, los Cardenales y los hombres de ciencias y de letras y de iglesias participan aunando ignorancias y clarividencias para salvar del naufragio o de la negación las viejas y las nuevas concepciones.
La Iglesia católica se asombra primero, se amilana luego y ataca con fiereza finalmente. Toda la estructuración de su ideología, toda la parafernalia conceptual que sostuvo su pretenciosa propuesta de un humanoide amo de un universo inabarcable creado para él y por él se desplomaba. Nuestra ciencia de hoy golpeará mucho más fuerte esos conceptos.
No somos el centro sino una periferia sin mayor prestigio; no somos amos. Compartimos unas raíces genéticas que nos hermanan muy íntimamente con los anélidos y con las moscas. Estas verdades tan duras probablemente terminen salvando de una extinción temprana a nuestras especies compañeras de este viaje cósmico si la revolución del conocimiento iniciada por éste hombre especial y todos los que le siguieron en las disciplinas más variadas llega a tiempo para hacer claridad de que no tenemos prioridad ninguna y que solo cabe protegernos mutuamente.
Al plantear de manera documentada estas apreciaciones sobre las nuevas verdades científicas, Galileo, probablemente con dolor moral y cristiano, rompe con la antigua ciencia y con algunos pasajes de la Biblia, contradichos ahora con sus nuevas perspectivas poniendo en entredicho ese saber incuestionable que se imponía con magisterio totalitario impidiendo el avance en la búsqueda del conocimiento. Todas las disciplinas científicas de entonces y hasta ahora inician un lento y accidentado reacomodamiento no exento de conflicto, y el mundo debe mencionar y reconocer de manera especial a este hombre que cultivó muchos conocimientos de muchas áreas antes de estar preparado para liderar semejante logro universal.
Es necesario y útil mencionar que Galileo Galilei, en medio de esta pugna conmovedora y difícil, adopta un papel de gran impacto humanístico para escribir un artículo muy fuerte contra los profesores de entonces que, al no imbuirse con la premura y la profundidad necesaria de los nuevos conocimientos, no estaban en condiciones de asumir su papel necesario de guías y orientadores de sus pueblos, algo que aún hoy es más evidente y lesivo y grave.
Galileo el hombre de ciencia y el hombre de sólidos principios es vencido primero por su propio cerebro ingresando en oscuros episodios paranoides que producen rupturas casi inhumanas con sus más importantes protectores, entre ellos el Papa Urbano VII, Fernando y Cosme de Medici y aún el Cardenal Belarmino, quien llevó a la hoguera a Giordano Bruno, pero estuvo siempre presto a salvar a Galileo del infortunio y de la persecución inquisitorial.
Estas rupturas le exponen totalmente y sin ser vencido es condenado a abominar de su ciencia y a renunciar a la libertad.
Doloroso precio pagado por un hombre impresionante que nos abrió la ventana al universo, al estudio documentado de las ciencias y rompió las amarras que la religión le imponía a la libertad investigativa.
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