Por Fernando Calderón España.
Alejandro Alvarez, el guitarrista y compositor que rasgó cuerdas un buen rato en Cinemacinco me acaba de insinuar que escriba sobre el paso del tiempo. Su invitación se inspiró en un encuentro con algunos amigos en quienes vio que era evidente el paso del tiempo. Creo que a sus amigos les pudo haber pasado lo mismo cuando vieron a Alejandro, quien fue presentador de un programa que construyó mito en la música de los jóvenes de los primeros años, después del Y2K, Supertónica que, ademas, lo volvió un héroe de los espacios juveniles del momento.
A Alejandro, a Supertónica y a mi también nos pasó el tiempo. Porque pasar el tiempo es que Alejo no esté en Supertónica y en Cinemacinco, que el programa ya no esté y que yo tampoco esté. Era que yo compartía los afanes de la televisión con ellos, en los mismos tiempos pasados en lo que hacía La Telaraña por los lados de Cablecentro.
A La Telaraña y a Cablecentro les pasó el tiempo y el segundo tomó el rumbo de los pobres cuando se hacen ricos: cambiaron de nombre, se mudaron de ropajes, y se volvieron de mejor familia. Cablecentro es hoy Claro, una compañía que se ha tomado muy en serio eso de ser súper rico.
Pero, hablemos del paso del tiempo, como lo quiere Alejo.
El miedoso movimiento que hace esa dimensión física en los estados de la materia no es más, para mí, que la rotación y traslación de nuestro planeta que hace viejo a todo lo que “pase” por él, menos a él mismo. Y allí radica el misterio.
La tierra es el único cuerpo material que no se pone vieja. Todo lo demás que pose sobre su suelo sí, porque es sometido a ese viento, a esa brisa, a esta agitación del aire (que es oxígeno) que ocurre sobre su faz, y el aire arruga, lacera, atropella, y así como es vida, es muerte.
Hace poco visité a un vecino de la casa en donde paso unos días en Neiva, Jorge, experto en geología y dedicado a la agricultura, y me decía que por estos lares comenzaban a experimentarse unos vientos fuertes que azotaban los árboles, los cultivos y los pastos y que por esa razón los ganaderos de estas tierras debían comenzar a trasladar sus manadas a otros lugares para que los semovientes se alimentaran bien, ya que los pastos quedaban desprovistos, por la acción de los vientos, de los nutrientes que benefician el levante de las nobles bestias. Y me indicaba con la mano, “mire cómo cambia de color el pasto”. Claro, su apariencia después del paso del viento, que es como si fuera el tiempo, es amarilla, ocre, desteñida y ese verde esperanzador se esfuma.
Hoy, que recibo la insinuación veo hacia el exterior de la vivienda que habito por estos días y me acuerdo de Alejo y de su petición. Los pastos por donde ruedan unas bolas pequeñas lanzadas por otras grandes, han comenzado a sufrir ese fenómeno tan similar al tiempo cuando pasó por nuestros cuerpos y por muchos otros cuerpos.
Tantas vueltas al sol, en donde la tierra se mueve y produce energía y mucho viento tiene que surtir efecto en todo lo que gravite sobre ella. La piel se arruga, como el pasto se quema, y por allí derecho se marchita y todo lo que hay sobre ese pequeño planeta que es el cuerpo humano, se encoge, como si la gravedad atrajera más.
Se ven a los amigos más viejos, sobre todo si no se ven con frecuencia alta. Pero, no se le olvide, que ellos también lo ven a uno más viejo, pues son el único espejo que no tiene reflejo. Uno no se ve en ellos, pero ellos, al verse viejos, le están mostrando a uno el paso del tiempo.
Por eso los especialistas en viejos sugieren que al llegar a una edad en la que todo queda quieto hay que volver a la tertulia ociosa, al grupo de amigos, al convite mañanero, a la serenidad de la tarde bien acompañada.
El único poeta cantor que definió el paso del tiempo fue un argentino de anteojos cuadrados y grandes con un nombre salido de la piedra: Piero, con una lentitud paquidérmica y una voz pausada de clérigo medieval -según los relatos, porque no estuve en el medioevo- se lamentaba: “…ahora ya camina lerdo, como perdonando el tiempo… tiene la tristeza larga de tanto venir andando…yo lo miro desde lejos, pero somos tan distintos, es que creció con el siglo…soy tu silencio y tu tiempo…la edad se le vino encima…yo tengo los años nuevos…mi padre los años viejos..,
el dolor lo lleva dentro y tiene historia sin tiempo…”
¿Vieron el paso del tiempo? ¿Lo vio Alejo?