Por Jeser Santiago Grass.
Ensayo de abordaje sobre el posible origen de la conciencia y el pensamiento humano desde una perspectiva evolutiva: Sobrevivencia, afecto, reconocimiento, empatía, el “yo”, identidad, y primeras complejizaciones cognitivas del desarrollo evolutivo neuronal.
La empatía es una característica fundamental para el desenvolvimiento del hombre como ser social, su desarrollo actual es posible gracias a la adquisición evolutiva de la capacidad para reconocerse a sí mismo como un ser existente (pienso, luego existo), a la consecuente habilidad para separar esta existencia propia del entorno y de sus diversos actores y componentes para generar autorreferencia (concepto del “yo”), y a la interacción con otros individuos mediante el proceso social que permite tanto la separación del “yo” como el reconocimiento del “otro” de manera simultánea y que permite el nacimiento de la identidad como sujeto pensante.
Esta capacidad puede tener diversas definiciones, sin embargo, todas estas comparten el principio común del “reconocimiento del otro como un igual a sí mismo”. Cuando se intentan analizar detalladamente los principios sobre los que se establece, evoluciona y funciona el proceso empático puede encontrarse que los mismos elementos que permiten empatizar son los que pueden conllevar a la percepción de los demás como distintos a nosotros. Del mismo modo, puede encontrarse que los patrones comportamentales producidos por el proceso afectivo primitivo permitieron el desarrollo progresivo de las capacidades neuronales cognitivas necesarias para el aparecimiento del fenómeno cognitivo del pensamiento, de la conciencia y de la consecuente cognificación primitiva de los patrones de empatía social.
Debe tenerse en cuenta que en el momento específico en el que se alcanza la empatía (cognitiva, desglosado más adelante) en cada individuo, están confluyendo una diversidad de factores necesarios que permiten su establecimiento. Por supuesto, en primer lugar se encuentra el desarrollo neuronal necesario y su convergencia con el necesario impulso afectivo presentes en diversas especies con estilo de vida social y colectiva. En estas especies, sin afecto no existiría la cohesión social necesaria para la vida grupal y la sobrevivencia conjunta. Podría pensarse por tanto que el desarrollo del afecto implicó la posibilidad de establecimiento de la empatía social. Dicha empatía se expresó inicial y mantenidamente a través del establecimiento de patrones comportamentales de cuidado y expresión afectiva hacia la cría y los demás integrantes del grupo.
A la par de que estas dinámicas afectivas se establecían se comenzaban a expresar patrones primitivos de reconocimiento de los otros sujetos a partir del afecto. El impulso afectivo es una necesidad con naturaleza de bucle: se requiere querer y ser querido para que sea suplido, por tanto, debía existir un “qué” que fuera el objeto de emisión y recepción del afecto. Este “qué” se estableció a partir de las dinámicas fisiológicas neuronales y hormonales de recompensa de los impulsos afectivos. Es probable que inicialmente el reconocimiento social fuera por tanto producto del desarrollo natural del impulso afectivo y no del desarrollo cognitivo neuronal, es decir, los patrones de reconocimiento primitivo y la empatía social no podían clasificarse entonces como actos conscientes.
Estas dinámicas de afecto, empatía y reconocimiento social ya estaban por tanto establecidas para el momento en que la deriva evolutiva de la complejización de los sistemas nerviosos neuronales permitió la aparición del fenómeno de pensamiento y conciencia. Hay motivos para pensar que lo primero que percibió el primer individuo pensante y consciente fue afecto: Pudo tratarse de esa cría de homínido primitivo que justo en el momento culmen del neurodesarrollo para sus predecesores fue capaz de adquirir el nuevo sentido de percepción neuronal del mundo: El pensamiento, la percepción del mundo a través del intelecto.
Entender el significado de la capacidad y la enorme potencialidad evolutiva que nacía a partir de este nuevo sentido de percepción del mundo es vital para abordar el comprendimiento de nuestra naturaleza psíquica y el origen de nuestra conciencia. A partir del pensamiento y su posterior estructuración cognitiva surgieron las ideas, los conceptos, los aprendizajes y los consecuentes comportamientos que nos permitieron entender el mundo para moldearlo a nuestra voluntad. Quizá, lo más probable es que de los primeros elementos cognitivos que generamos fueron aquellos que trataban de entender y explicar lo que percibíamos a través de nuestros sentidos, impulsos e instintos. Es decir, que de lo primero que hicimos con nuestra mente fue darles una representación cognitiva primitiva a nuestros impulsos.
Casi inmediatamente ocurrido este fenómeno esta cría recibió demostraciones de afecto de sus cuidadores, de hecho, es probable que se encontrara descansando en el regazo de su madre en ese justo instante, y gracias al debutante pensamiento logró identificar y generar estructuras cognitivas del acto de reconocimiento afectivo del que era objeto. Lo primero que percibimos intelectualmente, por tanto, fueron los actos (físicos) de reconocimiento afectivo de los otros. Estos primeros actos cognitivos fueron los impulsadores del consecuente reconocimiento de sí mismo como ese objeto receptor de los actos afectivos. Es decir, estos actos fueron los detonantes de la aparición posterior del “yo”, que trata de abordarse más adelante.
Puede pensarse que para que exista el “yo” debió existir primero la capacidad de conciencia de la existencia propia. De la conocida máxima filosófica de “pienso, luego existo” se puede inferir que sin pensamiento no hay conciencia de la existencia y que solamente a partir del autoreconocimiento de esta existencia puede nacer la conciencia del individuo. Sin embargo, al analizar tan importante premisa se encuentra que para el desarrollo de la misma debió existir un sujeto con la capacidad de reconocerse a sí mismo como pensante y por tanto existente. Esto puede significar que en el proceso de generación de la conciencia también debieron influir los componentes necesarios para el autoreconocimiento y la identidad, no solamente el pensamiento. Nuevamente, estos componentes pueden encontrarse al analizar la dinámica empática primitiva que rodeaba a ese primer sujeto con capacidad de pensamiento.
Esta interdependencia mutua, simultánea y hasta paradójica de los factores necesarios para el nacimiento de la conciencia hace necesario abordar este posible momento de origen de la conciencia desde la suposición de la existencia prácticamente simultánea de todos originada a partir de la aparición de la capacidad de pensamiento. Seguramente pudo existir un orden lógico de aparición de los mismos, pero también es posible que el pensamiento los haya generado e interrelacionado de manera casi simultánea como una explosión de ideaciones primitivas.
La aparición del “yo” abrió las puertas a la complejización cognitiva de lo percibido a partir de un marco de referencia, el sujeto pensante. Este nuevo y primer marco de referencia del entendimiento del mundo permitió la separación del individuo con respecto a “lo demás” que le rodea, a su vez esta separación desembocó en la identidad. Dado el contexto ejemplificado, lo primero que hizo parte esencial de “lo demás” fue la madre cuidadora, inicialmente como un “qué”. Sin embargo, gracias a la existencia previa de los patrones de comportamiento afectivo, ese “qué” se convirtió en un “algo” que no sólo reconocía afectivamente a este primer sujeto pensante, sino que, además, era merecedor instintivo de su reconocimiento afectivo recíproco. Esta reciprocidad de reconocimientos afectivos fue la que permitió la percepción de ese “algo” como un “alguien”, un “otro”; esto dado por la lógica de “si yo existo, y soy reconocido, y yo le reconozco, entonces también existe”. Es decir: Pienso, soy reconocido y reconozco, luego existo y existe. En este punto, nació la conciencia.
Por tanto, la conciencia de existencia fue el primer producto complejo del desarrollo cognitivo humano. Constituye la concreción cognitiva misma del instinto de supervivencia, y ello la constituye en el motor que impulsa el desarrollo, adaptación y uso de toda la complejidad creciente del aparato cognitivo humano.
Pero también puedes vivir una sola vez, y dedicarte sin embargo, a buscarlo con pasión.
Puedo existir una y mil veces.
Y puede no haber, un asomo de pensamiento correcto.