CACOGRAFÍA

 Por Jaime Arturo Martínez Salgado

En la esquina entre la calle del Pozo y el arroyo, quedaba esa tienda. Los sábados, luego de jugar béisbol en el campito todos íbamos a allí a tomar avena helada. 

La tienda era de Don Perfecto Cuadrado, quien la atendía junto a su hijo Roque. Ese chico que se sentaba delante de ti en el salón de clases, cuando hacíamos quinto año en la escuela de Doña Hipólita. 

Roque era el muchachote más viejo de todos nosotros y siempre perdía los años de estudio por su malísima ortografía. 

El asunto es que me lo encontré en la puerta de la fábrica, donde hacía cola para acceder a una vacante como celador. Al verlo lo saludé y él me reconoció de inmediato 

Le dije que era el gerente y que podía colaborarle. De modo que lo saqué de la fila y lo llevé directamente donde la jefa de personal, esa chica hermosota que tanto te gusta a ti. 

Lo que sigue no me lo vas a creer, Roque  que entra, le da la mano a la doctora,  le dice: ¡OLA! y ahí mismo le sale por la boca una tromba de agua que la empapó por completo y con las mismas, Roque se la vuelve a tragar. 

Nadie lo podía creer…pero quedó una evidencia, un pez como de kilo y medio  quedó saltando sobre el escritorio.

 

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