Por: Fahed Almoughawech
En un mundo donde las sombras de la rutina se alargan, me encuentro como un
observador inquieto, atrapado en un sueño surreal. Cada día es un lienzo absurdo
donde las personas caminan con ojos vendados, guiadas por las cuerdas invisibles
de un sistema diseñado para convertirnos en obedientes ovejas de la sociedad.
Mis sentidos se despiertan en esta pesadilla diaria, y como un pintor delirante, veo
el mundo en tonos distorsionados. Las calles se retuercen como serpientes, los
rostros de la gente se desdibujan en máscaras grotescas, y el tic-tac del reloj se
convierte en un eco ominoso que marca el compás de una danza macabra.
Las palabras de la rutina cotidiana son como un poema absurdo, una letanía
monótona que repiten sin cesar. Las conversaciones se convierten en un juego de
espejos deformantes, donde todos reflejan las mismas palabras vacías. ¿Dónde
están los pensamientos propios en esta maraña de conformidad?
Y sin embargo, en medio de este caos surreal, siento una chispa de rebelión. Mis
ojos, aunque cansados, se resisten a cerrarse, y sigo decidido a liberarme de las
cadenas del sistema que me aprisionan . En mi corazón late la melodía discordante
de la libertad, una canción que se niega a ser silenciada.
En este sueño surreal, soy un sonámbulo que despierta lentamente, un explorador
de los rincones más oscuros de la mente y la sociedad. Mis ojos ven más allá de las
apariencias, y mi espíritu se alza en busca de la verdad oculta detrás de las
máscaras. Aunque vivo en un mundo diseñado para hacernos aceptar la vida como
rebaño, elijo ser el YO que desafía el statu quo y persigue la realidad más profunda,
aunque sea en un paisaje surreal donde lo absurdo se entrelaza con lo sublime.