La precariedad del periodismo

Fuente: La nueva prensa

La precariedad del periodismo no es solo económica. La sobreproducción de información en busca de clics empobrece la calidad de los textos o de cualquier formato

Por DIANA LÓPEZ ZULETA


 Me formé con la idea de la abnegación. Por la noticia, todo. Trabajar de prisa, sacrificarse al máximo por mostrar siempre las aristas posibles de un tema, y con la presión de ser justos, de no faltar a la verdad. Denunciamos a los políticos que abusan del poder, a los corruptos y a los asesinos, pero la mayoría de los periodistas no nos atrevemos a denunciar —ni siquiera a poner en el debate público— nuestras propias y precarias condiciones de trabajo.

Las facultades de Periodismo no preparan al futuro profesional para enfrentarse a las grandes precariedades de los medios y es algo de lo que no se habla, como si se tratase de un tabú. Está socialmente aceptado que los reporteros tengan salarios de hambre, que suelen trabajar muchas más horas que cualquier profesional y lidian con cargas de estrés muy grandes. Hay miedo de hablar públicamente sobre este tema y algunos piden explícitamente que no se les mencione porque temen manchar sus carreras y poner en riesgo sus ya de por sí inestables empleos. Se juzga a quienes deciden hablar fuerte y criticar. “Se ve como un mal gesto, como una falta de profesionalismo e ingratitud”, dice una periodista que pide no ser mencionada. “Como es un trabajo que depende tanto de lo reputacional, temo que esa reputación se vea afectada por criticar las condiciones laborales del sector, porque van a pensar que critico las condiciones del medio donde trabajo, y eso me parece supremamente problemático: todo el mundo debería tener el derecho a hacerlo”, agrega. El periodismo está cada vez más precarizado y sin un horizonte de escape a la vista. Los periodistas prefieren callar antes que ponerse en riesgo y denunciar con nombre propio. Paradójicamente, su trabajo consiste en comunicar e informar, pero siempre y cuando aborden problemas de otros.

Si un periodista se sostiene con el salario mínimo para vivir, esa no es una condición digna para hacer periodismo, más aun cuando el trabajo implica riesgos, pero parece que la precariedad se convirtió en un atributo perfectamente aceptado. Quienes cuentan con más suerte trabajan a través de contratos formales, pero muchas veces sin prestaciones sociales, ni vacaciones, ni un teléfono, ni ayuda de transporte, aunque el trabajo implique desplazamientos largos. A los otros les pagan a destajo, lo que significa que viven en una especie de carrera contra el tiempo: aceptar todo a costa de su descanso.

El periodista y escritor Kirvin Larios ha trabajado en varios medios de comunicación. Aunque su vocación e interés por la escritura continúan intactas, no quiere volver a trabajar de tiempo completo en un medio. “Por sus salarios paupérrimos, sus horarios esclavistas, su connivencia con el poder, su mendacidad frente a los lectores y su mendicidad con sus socios y con la pauta”, explica. Fue despedido de un medio en Colombia sin aparente justa causa, pero se trató de una censura después de publicar varios trabajos sobre la decadente situación de varios escenarios culturales públicos. “El periodismo cumple una función que es sobre todo social, se debe a sus lectores, no a sus dueños o pautantes (patrocinadores)”, dice.

Ha habido un vuelco en muchos grandes medios de comunicación. Si bien siempre todos han aspirado a ser los más leídos, los clics se han impuesto como la medición más mediocre de todas. Los clics vistos como éxito y no como un desencadenante de información basura. Trabajar para la dictadura del algoritmo. Cuando hablo de la precariedad del periodismo no es solo en sentido económico. La sobreproducción y consumo desmedido de información empobrece la calidad de los textos o de cualquier formato. Escribir textos basados en tendencias o en declaraciones de políticos es solo registrar noticias, pero para hacer periodismo de verdad se requiere de profundidad y verificación, estándares mínimos que muchos, sencillamente, no cumplen.

A Kirvin le decepcionó que un editor de SEO (optimización de motores de búsqueda) le dijese a un grupo de redactores que escriban pensando en lo que Google quería oír. “La obsesión por los clics, por los likes, por el posicionamiento en los motores de búsqueda ha redundado en un descuido por todo lo demás; y al lector, que hoy se le llama audiencia —lo que ya es muy diciente— se le quiere ofrecer piezas no para su conocimiento, ni siquiera para su entretenimiento o consumo, sino para que caiga en una especie de trampa de la que no pueda salir”, dice.

Hacer periodismo, desplazarse a una región distante, ponerse en riesgo para cubrir conflictos, cuesta dinero. Antes de la explosión de los clics, cuando ocurría una catástrofe, por ejemplo, los medios competían fervientemente por enviar a sus reporteros al lugar de los hechos en busca de la primicia. Hoy, siguen buscando la primicia, pero muy pocos medios están dispuestos a pagar los viáticos de sus reporteros —a los que en la era del freenlace llaman “colaboradores”, como si se tratase de encargos gratuitos (deberíamos empezar por la precisión del lenguaje)—; muchas veces son ellos quienes asumen los gastos de su labor a cambio de una retribución irrisoria que no compensa el esfuerzo ni el tiempo ni el dinero invertido. El empobrecimiento de la profesión, caracterizado por sus bajos salarios, perpetúa la práctica de recopilar información desde escritorios en lugar de acudir al lugar de los hechos, como debe ser.

A Larios le preocupa que algunos periodistas de hoy solo busquen ser vistos a toda costa, llevados por el ansia de las etiquetas (hashtag), las polémicas y las tendencias en redes. Con la cabeza inmersa en el teléfono, como si la realidad le hablara por ahí, y esclavizado por la inmediatez, el periodista tiene poco espacio para la profundización de ideas y temas. Kirvin Larios compara a los periodistas con los médicos que, tras una pantalla, están más interesados en llenar un documento que en examinar y escuchar al paciente. “Los médicos responsabilizan al sistema, los periodistas también. Les exigen trabajar a un ritmo que se opone a la entrega y el cuidado que no sólo son necesarios, sino que son aspectos deontológicos en la profesión. No existe actividad intelectual o creativa, en especial si precisa de la escritura y de la lectura —como casi todo el periodismo, ya sea en formato pódcast o audiovisual— que pueda hacerse sin escuchar”, concluye. 

Algunos estudiantes del profesor y periodista Óscar Parra se han decepcionado desde sus primeras prácticas. Se han topado con que muchos medios han preferido quemar su prestigio en la hoguera de los clics. Malviven buscando tendencias en las redes o copiando artículos de otros medios para luego hacer titulares-gancho a modo de pregunta o con adjetivos escandalosos. Cinco años de profesión desperdiciados en prácticas poco éticas. Entonces llega el arrepentimiento, no solo por los bajos salarios sino porque terminan confinados en una sala de redacción, o desde el home office, copiando y pegando textos, cambiando solo el encabezado o invirtiendo el orden para llenar de noticias, sin sentido alguno, la página del medio. “Se disparan los clics de estos medios básicamente de dos maneras: con noticias que refuerzan prejuicios, a partir de información exagerada, mentirosa y estigmatizante, y la otra es crear URL (dirección web) por montones. A los practicantes los ponen a hacer ocho, diez notas al día”, explica Parra. No escriben, sino que “producen” textos en masa, con la misma estructura y a veces con información que no puede verificarse y sin citar a ninguna fuente.

En una de las tres instituciones donde Óscar Parra dicta clases de Periodismo hace 13 años, la profesión pasó de tener 80 nuevos estudiantes en 2018 a solo 8 en el último semestre. Se pregunta Parra si, con el tiempo, la profesión tendrá que dividirse entre quienes ejercen el Periodismo (investigativo) y quienes se dediquen a la agregación (producción) de contenidos, dos ámbitos completamente distintos. Tras la pandemia y varios años en los que se ha exacerbado la precariedad, ha surgido un desencanto por la profesión, algo que Parra asocia con la consolidación de plataformas como Tiktok. Muchos estudiantes de Periodismo aspiran a ser influencers, youtubers tiktokers. Otra de las razones que Parra cree que ha influido en la disminución de nuevos estudiantes es el desprestigio de los medios tradicionales de comunicación de Colombia, vinculados a grandes banqueros y obedientes a los intereses de esos poderes. Por supuesto, todavía quedan medios serios que aún luchan por mantenerse independientes, haciendo contrapoder y sin ceder a las presiones; sin embargo, el punto es que, en muchas ocasiones, los periodistas, además de padecer por los bajos salarios, se ven obligados a cubrir las noticias con enfoques que distorsionan el sentido de la información para favorecer a los dueños de los medios. “La romantización de las formas del periodismo ha justificado muchísima violencia laboral”, concluye Parra.

Una periodista que pide omitir su nombre cree que se idealiza el periodismo desde la misma universidad. “Nos han vendido la idea romántica del oficio —el periodista aguerrido, que va al lugar, que no duerme buscando la noticia— y no la realidad práctica. A mí me hablaron de Truman Capote, Gay Talese y Gabriel García Márquez. Te hablan de esa idealización y tú dices: «Yo quiero ser como ellos». Pero nunca hay una clase de cómo cobrar, cómo ser independiente, cuáles son mis derechos. Sí me enseñaron a ser ética con las fuentes, pero jamás me enseñaron que debían ser éticos conmigo, y eso se aprende a punta de golpes en el oficio”, explica.

Los periodistas debemos resistirnos, en la medida máxima posible, a hacer ese tipo de periodismo que busca solo clics, que atenta contra la calidad de la información y que termina reproduciendo, muchas veces, fake news. Debemos exigir condiciones dignas a los medios. Los lectores/audiencias/público están cada vez más ávidos de información veraz, exigen un nivel altísimo para medir a los periodistas, nos atacan en redes sociales, pero es necesario que se sepa que este es un trabajo con el que, a veces, ni siquiera se logra subsistir. “Como no tienes un trabajo digno tienes tres precarios, o cuatro, o los que necesites para sobrevivir. Eso significa que negocias la calidad del trabajo para poder cumplir con todos. La precariedad incide en la calidad de lo que uno hace, porque un trabajador cansado va a hacer textos cansados, periodismo cansado… a no ser que no sea su principal fuente de sostenimiento”, dice la entrevistada.

Otra periodista que pide anonimato define así la situación del gremio: “Ningún periodista que yo conozca trabaja de manera descansada y justa entre la proporción del esfuerzo que hace, el tiempo que dedica y lo que le pagan. Además, pocos tienen buenas condiciones laborales, que esto también es dramático, porque son las personas que están informando constantemente sobre justicia social y derechos humanos, y justamente están en entornos altamente precarizados”.

Una muy mala práctica, cada vez más vigente, es colaborar con los medios a cambio de visibilidad, sin que esto represente remuneración alguna para el periodista o columnista. Mirelis Morales, periodista venezolana con más de 20 años de experiencia, se opone a esa práctica y tiene una visión más optimista: cree que los periodistas deben cambiar la mentalidad y diversificar sus ingresos. “Nunca trabajo para cubrir los gastos del mes que está corriendo, sino para los próximos tres meses. Hay que tener una disciplina si se es independiente. Pero si le preguntas a los periodistas freelancers ni siquiera piensan en tener un seguro médico, a ese nivel de precariedad llegamos. Como hay demasiada competencia, nos ha llevado a reducir nuestras tarifas y aceptar montos ridículos”, dice.

Mirelis emigró de Venezuela. Trabajó en Colombia y Perú y ahora vive en Estados Unidos, desde donde publica para un medio internacional y creó su propio negocio. Invita a los periodistas a que trabajen en su marca personal aprovechando el auge de las redes sociales “En la universidad nos enseñaron el compromiso, que era un servicio público, pero con eso no se come. Tenemos una mentalidad esclavizante, de la entrega total pero ¿vas a trabajar seis meses por un reportaje por el que te pagarán 300 dólares? No, en realidad tienes que ponerle un costo a tu hora de trabajo. Tenemos que pensar como empresarios”, explica.

El periodismo es una profesión extremadamente difícil y tiene varios niveles: aprender reportería, saber contar la historia, vivir del periodismo; sin contar, por supuesto, que algunos periodistas vivimos amenazados por denunciar a las mafias, y otros tienen que autocensurarse como mecanismo de protección. Si los periodistas están precarizados, el periodismo también lo estará, porque la precariedad incide en la verdad, que es una moneda de cambio. El periodismo es, sobre todo, una profesión de resistencia.

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