Por Fernando Calderón España.
El acoso mediático se está tornando implacable, desconsiderado y enfermizo.
Las constantes afrentas textuales y audiovisuales de los usuarios de las redes, en donde se expresan libremente y como aprendices de periodismo van desde la avidez farandulera hasta la morbosa caricaturización de los comportamientos personales y hasta íntimos de los protagonistas hoy del poder. A la inocente barbaridad de un forista se le suma la irreverencia, un eufemismo que tomó fuerza para camuflar el irrespeto.
Es posible que eso haga parte de una herencia maldita que hemos cultivado de tiempo atrás. Es como si nuestra esencia con la que estamos construidos como humanos estuviera basada en el odio y no en los versículos de un libro histórico que todos dicen seguir.
Desde 1810 y sobre todo después de 1819, una vez terminada la época en la que por un buen rato fuimos bobos, el colombiano comenzó a moldear un “adn” que dispara desde todos lados su carga violenta contra la misma nacionalidad que fuimos construyendo a la par.
Digamos que “adn”, así con minúscula, y nacionalidad comenzaron a confundirse en medio de las distancias ideológicas auspiciadas por bandos que pasaron desde los partidarios del Rey y sus detractores, por los federalistas y centralistas del primer siglo republicano, por los liberales y conservadores hasta nuestros días en los que se enfrenta una derecha que cultivó el poder por más de 200 años con una izquierda que apenas tiene su primer acceso a él.
A partir de ahora, el enfrentamiento será entre izquierda (o su eufemismo progresista) y la derecha (y su eufemismo CD y afines) y estará matizado por los rencores, la nostalgia, la venganza y hasta la muerte, como ya se ha probado a lo largo de toda nuestra historia triste. La guerra en Colombia no terminará pues media el dinero y sus intereses, sinónimo del poder maldito que se ha sentado en cortes, solios de próceres, bancos parlamentarios y hasta púlpitos de todas las fantasías religiosas. Futuro no habrá. Solo un presente agrio con algunos bombones de los mandatarios un poco más sensibles a las angustias humanas. Pero, el pasado si nos seguirá carcomiendo sin consideración. El presente con ese acoso brutal y sin mesura tocará tolerarlo o aislarnos de ese avance comunicacional que nos convirtió a todos en relatores del instante. Y no es cuestión de pan de bono.
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Nadie se escapa de ese discurso paganizado, buen texto; pero que lamentable que todas las fantasías religiosas como el escritor despóstame describe, sean capaces de incluir el 60% de un bien social silencioso (no comercializado).