Una huerta comunitaria trae transformación y subsistencia a pueblo colombiano

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Jeimmy Paola Sierra, Medellín (Colombia), 11 jun (EFE)- Los habitantes del pueblo colombiano de La Danta han diversificado sus actividades productivas al aprender a sembrar y cultivar hortalizas en una huerta comunitaria que, además de resguardar su seguridad alimentaria, les ha permitido generar ingresos para su subsistencia.

La iniciativa de transformación fue puesta en marcha hace un año y medio en este corregimiento (pueblo) del municipio de Sonsón, en el departamento de Antioquia (noroeste), para modificar una marcada vocación minera y ganadera con el proyecto de desarrollo agroempresarial “Huerta Comunitaria La Danta”.

Hasta esta población de cascadas y clima agradable, ubicada a 65 kilómetros de Medellín y golpeada por la violencia, llegó la Fundación Berta Martínez a realizar una intervención que mejorara la calidad de vida de sus habitantes con vivienda, educación y promoción económica.

Según explicó a Efe el director ejecutivo de esta fundación, Juan Sebastián Jaramillo, el propósito con la huerta comunitaria ha sido “retomar al agro como una fuente generadora de riqueza y progreso” en un pueblo rural que había descuidado esta actividad.

 

NUEVO SENTIDO A LA VIDA
Unas 19 familias de escasos recursos participan en este proyecto que capacita a sus beneficiarios en labores agrícolas en una parcela de 3.000 metros cuadrados provista de un invernadero, donde cultivan tomate, lechuga, apio y cebolla, entre otros productos.
“Esta huerta resuelve temas de seguridad alimentaria del hogar y se volvió una iniciativa para la comercialización de excedentes y la generación de ingresos”, afirmó Jaramillo.

Sobre el proceso, que viene siendo ejecutado por la Corporación Interactuar como gran aliado, describió que en la “huerta-escuela” los participantes desarrollan habilidades que después ponen en práctica en unas huertas caseras que tienen en sus hogares.

Además de mejorar la economía de las familias de bajos recursos, el impacto social del proyecto en este territorio, que tiene al mármol como su principal recurso natural, ha sido dar a esas familias una razón para permanecer en La Danta y trabajar por su progreso.

“Ha generado autonomía económica y arraigo al territorio porque dan un sentido de vida”, dijo.

Jaramillo recordó que este caserío está en la zona del Magdalena Medio de Antioquia y sufrió la presencia de grupos guerrilleros y posteriormente de paramilitares, con un bloque que lideraba Luis Eduardo Zuluaga Arcila, alias “McGiver”.

“Provocó un enorme asistencialismo en el territorio; no se movía una aguja sin el permiso de este personaje”, aseguró el directivo.

 

DE LA MINERÍA AL CULTIVO
Para Sergio Alberto Ciro sus días como minero artesanal terminaron al descubrir a la agricultura, una actividad que en pocos meses le mostró que puede salir adelante con sus hortalizas.

Pese a no saber leer, se convirtió en uno de los líderes de la huerta comunitaria. Y cambió las jornadas en ríos persiguiendo oro por el cultivo de tomate, pepino y cilantro, una labor que lo llena de optimismo: “Creo que a futuro será un negocio bueno para uno de pobre”.

Ciro contó a Efe que duró “toda la vida como barequero; se me cerraron las puertas en los trabajos buenos porque no tengo estudio”.

Ahora que la vida se le hizo “más livianita” como labriego, habla con tranquilidad de las secuelas de la guerra. Su padre fue víctima de la guerrilla, dejó la escuela a los 8 años y su familia fue desplazada.

Este hombre de 47 años, padre de seis hijos, aprendió de siembra, riegos, cosecha y recolección. También participa en talleres técnicos, administrativos y comerciales que lo ilusionan con una “nueva oportunidad” en su vida. También habla de ampliar su huerta casera para “generar empleo para otros”.

 

SEMILLA PARA EL FUTURO
Para la gerente de proyectos de Interactuar, Liliana Yaneth Tabares, el proceso de Ciro refleja el impacto en las familias que aprendieron a sembrar hortalizas y que esperan comercializarlas en mercados de La Danta y del municipio de Doradal.

Con él, por ejemplo, al no saber leer y escribir, como ocurre con cerca del 54 % de la población que atienden en este caserío, usaron metodologías para aprovechar que son “bastante auditivos y visuales”. Incluso, lograron producir tomate durante la pandemia con orientaciones a distancia.

Aunque el propósito básico del proyecto es desarrollar capacidades técnicas, comerciales y administrativas en los participantes, la huerta trascendió y abrió las posibilidades de esta poblado.

“Les sembramos una semilla para que sean a futuro los generadores de un desarrollo local a través de las verduras que cultiven”, aseguró Tabares, responsable la iniciativa.

A su llegada al territorio, relató la gerente, encontraron personas en “extrema pobreza” y desanimadas por las falta de oportunidades.
Sus ingresos provenían de trabajar en una finca o de ser mineros informales (extracción de oro en un río o trabajo en las marmoleras).

“La explotación agrícola es muy poca”, señaló la experta.

Actualmente, continúan dando pasos firmes hacia una “economía rotativa”, en la que los labriegos estén permanentemente sembrando y el cliente, comprando un producto de buena calidad.

Tabares resaltó que estas familias estén generando su propio desarrollo con una huerta que ha ido “transformando vidas” y les ha permitido identificar nuevas oportunidades. EFE
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