Jorge Fuentelsaz, Nueva York, 23 jul (EFE).- El barrio de Bushwick, en Nueva York, es un distrito donde conviven la clase trabajadora y una floreciente comunidad de artistas y “hipsters” que han dejado su impronta en cientos de coloridos murales dibujados en muros, puertas y paredes; pero es también hogar de uno de los refrigeradores comunitarios con comida gratuita para ayudar a los más vulnerables y que se han multiplicado por la ciudad de los rascacielos tras la irrupción de la pandemia.
“Este refrigerador está para todos, toma comida, deja comida. Esté a salvo y esté bien”, se puede leer sobre la puerta de la nevera, colocada junto a la cafetería “Abracadabra”, que cede el espacio y aporta la electricidad que necesita para funcionar.
El congelador luce el dibujo de un rostro pintado por dos artistas locales y que se ha convertido en uno de los símbolos de esta iniciativa espontánea que ya cuenta con una veintena de fresqueras por todo Nueva York y que, según sus organizadores, también ha llegado a Los Ángeles y lo podría hacer a Chicago.
“La meta es que cada calle tenga un refri que sea organizado por la gente que vive ahí, que ellos se hagan responsables, que limpien, que hagan proyectos para los niños de su cuadra, para que todos se conozcan y así estamos compartiendo. También creamos más apoyo para la comunidad, especialmente en tiempos difíciles”, cuenta a Efe Briona Calderón Navarro, una voluntaria de origen mexicano que colabora para que la iniciativa salga adelante.
Junto a este baúl de alimentos, donde unas personas dejan comida y otras se las llevan, hay colocada una vitrina llena de panes de todos los tipos en la que se puede leer “El frigorífico amigable” y enfrente, unos bancos de madera donde varios residentes del barrio descansan junto a las mesas de la terraza del Abracadabra.
En uno de esos bancos y con la ayuda de una mesa plegable, Briona, licenciada en arte y política, y Cyntia organizan un taller gratuito de pintura para varios niños del barrio, el primero que hacen desde que el proyecto del frigorífico echó a andar hace unos tres meses, tras la irrupción de la COVID-19.
UNA INICIATIVA REIVINDICATIVA CON MUCHA “BUENA VIBRA”
Francisco Ramírez, una de las personas que participa activamente en la idea, explica a Efe que la nevera fue colocada por una vecina, Pam Tietze, que se inspiró en otra iniciativa similar que arrancó hace años. Pero aclara que ahora es gestionada por un grupo de más de 200 voluntarios conectados a través de internet que se encarga de que todo funcione.
“Esta es la forma correcta para superarse, en comunidad. No hay otra manera más que colaborar juntos, no hay otra manera más que identificarse con los mismos sentimientos. Necesitamos ayuda, necesitamos conectarnos, necesitamos desprendernos de esa educación que nos ha dado el sistema, en donde te enseña a dividirte, a ser egoísta, en donde te enseña a tener dinero y se piensa que el dinero lo es todo”, dice Ramírez, también de origen mexicano.
Activista político de vocación y albañil de profesión, cuenta que todo se gestiona de “manera horizontal” y explica con orgullo: “Este proyecto, no sé por qué razón, no sé si lo sientes, pero si vienes acá, tú sientes mucha unidad, mucha buena vibra. Entonces como que este ha sido también el icono de inspirar a mucha gente”.
La ubicación recuerda una estampa robada de una postal tropical, con plantas decorando la terraza del colorido Abracadabra, bancas alrededor de los árboles, una pequeña biblioteca de libros gratuitos y dos murales pintados con vivos colores sobre las persianas metálicas que cierran dos negocios vecinos.
En ambos dibujos se puede leer “The friendly fridge” (El frigorífico amigable) en grandes letras. En uno de ellos, están escritas en blanco sobre un fondo rosa chicle en el que de destacan tres grandes bananas amarillas.
Unos metros más allá, otros artistas dejaron su impronta en otro colorido mural, donde destaca el amarillo y el verde y en el que retrata a varias personas que llevan comida al frigorífico comunitario.
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AYUDAR EN MOMENTOS DIFÍCILES
Entre los clientes de la cafetería, los vecinos que descansan en los bancos ensamblados por Ramírez, las niñas que participan en el taller y los paseantes, algunas personas abren el refrigerador para llevarse algo de la poca comida que queda a esas horas, pero también hay otras que se acercan para dejar una pequeña contribución.
Esteve Wang es uno de ellos. Llega con dos bolsas de cartón, cuyo contenido deja en las repisas del frigorífico antes de volverlo a cerrar, saludar a Ramírez y continuar su camino.
“Empecé (a dejar comida) justo esta semana. Pasaba por aquí muy a menudo, pero nunca, realmente, me había dado cuenta hasta que empecé a leer estos (letreros) y pensé que sería una gran idea participar, porque sé que es un momento difícil para mucha gente y yo tengo los recursos para ayudar”, dice a Efe.
Suele llevar alimentos empaquetados, fruta envasada o tostadas de aguacate -cuenta-, todo lo que cada día sobra en su trabajo donde llega mucha comida de cátering que no se consume y que toma “para distribuirla en la comunidad”.
COMIDA GRATIS EN TODOS LOS BARRIOS
Otra de las características que comparten estas neveras que empiezan a brotar por Nueva York es que casi todas están decoradas con vivos colores.
La artista española Laura Álvarez, que ha pintado tres de ellas ubicadas en el barrio de El Bronx, cuenta a Efe que el día siguiente de que le ofrecieran la oportunidad de pintar una, se puso manos a la obra sin dudarlo.
Álvarez, que desde su ONG intenta reivindicar más espacios culturales para este barrio del norte de la Gran Manzana, asegura que en las tres intervenciones ha mantenido una de sus señas de identidad: la naturaleza.
Un puño negro, en honor al movimiento antirracista Black Lives Matter, pero agarrando una zanahoria es el protagonista de su primer dibujo. En otro brota una jarrón lleno de flores y en el tercero, rebosante también de colores, luce en español un cartel que reza “comida gratis”.
“Es un poco reivindicando la justicia alimentaria, porque El Bronx es un desierto alimenticio respecto a la comida fresca, como frutas y verduras, y la gente que pone estos frigoríficos está intentando poner verdura y fruta sobre todo porque es difícil encontrarla en los supermercados” concluye.
Esta semana tenía previsto pintar su cuarto refrigerador en El Bronx, pero finalmente se decidió instalar en el barrio de Staten Island, en el sur de Nueva York, donde al igual que en Queens o en Brooklyn esta iniciativa no ha dejado de crecer para hacer frente a la creciente pobreza que deja tras de sí el coronavirus. EFE
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