Quien haya seguido la producción de Morales hasta hoy sabe perfectamente que el artista se mantiene fiel a aquellos principios del arte concreto. Sus acrílicos actuales, como dibujos anteriores, son producto de su intelecto y no deben nada ni a la belleza ni poderío de las montañas santandereanas, ni muchísimo menos, a la absurda y dolorosa violencia social y política de la región y del país. Su contenido se agota en su propia normatividad y en la organización de sus elementos pictóricos. Sin embargo, estas obras como las de todos los pintores y escultores abstractos geométricos, no están solas y no son tan excepcionales. Cuando uno piensa en las composiciones de los músicos, en los trabajos de los arquitectos o de los ingenieros en las ecuaciones de los matemáticos, en los teoremas de los físicos; es fácil reconocer el mismo sentido del orden, el mismo espíritu de construcción, el mismo afán de claridad y la misma meta de superación. Si no existen prejuicios con respecto con lo que debe ser el arte, si no hay razón alguna para considerar que todas las pinturas deben ser representativas de la realidad fenoménica, muy seguramente que los acrílicos de Orlando Morales van a convencer a muchos. Ellos son una buena lección de pulcritud de empeño y de disciplina. En todos ellos campea el espíritu del orden y de la construcción. Y como en alguna ocasión escribiera Michel Seuphor “Construir es un acto de fe. Y todo acto de fe lo que le concierne es el siglo futuro. Los hombres de fe no meditan, premeditan el siglo venidero. Y sólo yendo con paso firme hacia él, es como le dan un rostro al suyo.
German Rubiano Caballero.
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