Obsesión

Por Giovanna Robinson Rangel

 

Tienes unas piernas hermosas, me dijo mirándome con lascivia. Volteé sorprendida, notando que era un tipo alto y fornido, con unos ojos marrones extraños, pero fascinantes; también recuerdo su mano izquierda rozando su sexo, nunca nadie me había hablado en esa forma. Me hice la desentendida y aceleré el paso, el hombre me siguió tres cuadras (creo). Al mirar hacia atrás había desaparecido. Un poco más tranquila reanudé mi camino, faltando poco para llegar a mi apartamento. Pero mi pensamiento estaba en esos ojos marrones y en su mano izquierda. Lo imaginaba encima de mí, recorriendo mis muslos y quién sabe qué más. ¿Pensaría violarme?, y casi saliéndoseme el corazón del pecho, entré corriendo a mi casa, trataría de no estar a altas horas de la noche en la calle. Le di doble llave a la puerta, puse el pasador interno y como en los viejos tiempos, busqué dos ollas viejas, de esas que hacen mucho ruido al caerse, las coloqué encima de una silla, pensé: Si abren la puerta, estas caerán al suelo y sabré que él entró. Volví a pensar: Entonces la cosa será peor, él estará dentro, mejor es ignorar lo que sucederá. Retiré todo de la puerta y me encaminé a la cocina a preparar un café instantáneo, regresé a la sala, busqué en el bolso un cigarrillo y… ¡Mierda!, se acabaron los malnacidos cigarrillos. La cajetilla vacía parecía burlarse de mí, la estrujé con rabia tirándola en la cesta de la basura. ¿Y ahora qué hago? exclamé en voz alta, oí una voz ronca que contestó: Sal, ve a buscar los cigarros o no podrás conciliar el sueño. Otra más lejana decía: No lo hagas, es peligroso, más bien busca al perro en el patio, lo dejaste allí para que no se orinará la alfombra; iba camino a la puerta del patio cuando recordé: ¡Yo no tengo perro! Estaba en esos pensamientos, cuando sentí un ruido en el tejado, será él, me dijo otra voz que no sé de dónde salió, pero al instante me acordé del gato verde que siempre viene a la misma hora a hacer sus porquerías.

Me dirigí al cuarto a cambiarme de ropa y al desnudarme, volvió a mi mente su mirada insolente, imaginándome miles de cosas: ¿Y si entra, me viola y mata? Mejor dejo que me viole, después llamo a la policía, pues siempre llegan cuando uno ya es occiso; tocará decirles que estoy agónica. Imagino mi casa acordonada con esas cintas “prohibido pasar». Veinte policías, la prensa amarilla señalando mi homicidio y violación, ¡ay, Dios!, no quiero pensar en ello; tomarán fotos de mis muslos y dirán: Qué buenas piernas tenía esta mujer. Mejor me pongo un pantalón largo por si las moscas; pero, analizando la situación, prefiero que me viole primero y después me dé muerte, ¿o será mejor lo contrario?, aunque si hace lo primero satisfaré mi curiosidad de sentir sus manos acariciando mis muslos. Ahora que recuerdo, esta mañana apagué el cigarrillo casi entero, debe estar en el cenicero, lo buscaré. ¿Y si no está allí? Deberían, como las pizzas, traer los cigarros a domicilio; en fin, esto me pasa por adicta, definitivamente no podré dormir, le marcaré a Pedro, mi vecino, fuma más que yo. Le marco y no contesta, debe estar tirándose a alguna amiga, ¿o lo habrán asesinado?, será que llamo a la policía para que sean dos diligencias en una. Camino hasta la habitación y con ansiedad noté que el cigarrillo estaba allí, mirándome con tristeza, como diciéndome: Todo en este mundo acaba. Lo consumí lentamente, deleitándolo con el último sorbo de café, me tiré a la cama cerrando los parpados y volví a imaginar su mirada lasciva, su voz ronca, sus ojos marrones, su boca entre mis muslos húmedos, muy húmedos.

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